Meditación jueves 30.11.17
Colosenses 1.15-20 “El es la imagen del
Dios invisible, el primogénito de toda creación. Porque en él fueron creadas
todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles
e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades;
todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y
todas las cosas en él subsisten; y él es la cabeza del cuerpo que es la
iglesia, él que es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que
en todo tenga la preeminencia; por cuanto agradó al Padre que en él habitase
toda plenitud, y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las
que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz
mediante la sangre de su cruz”.
Antes de conocer a Jesucristo, nuestra vida está llena de
maldad e incredulidad (Romanos 1.18; 2.5, 8). Al igual que
nuestro mundo lleno de contiendas, clamábamos por paz y tratábamos de
encontrarla, pero nuestros esfuerzos fracasaban.
Cuando pusimos la fe en el Salvador, todo eso cambió.
Fuimos rescatados del dominio de las tinieblas y trasladados al reino de Cristo
(Colosenses 1.13). Cada uno de nuestros
pecados fue perdonado. La justicia divina fue satisfecha por el sacrificio de
Cristo, y la ira de Dios de sobre nosotros fue quitada. Nos convertimos en
nueva creación, lavados por la sangre del Señor Jesús (2 Corintios 5.17).
Luego que el poder del pecado sobre nosotros ha sido
roto, podemos vivir en armonía con Dios. Él envió al Espíritu Santo para que
sea nuestro guía, ayudándonos a experimentar la paz de Cristo (Romanos 8.6). También podemos
esperar la eternidad en el cielo, donde abundan la justicia, la paz y el gozo (Romanos 14.17).
La historia del regreso del hijo pródigo es una
ilustración de nuestra reconciliación con el Señor (Lucas 15.11-32). El hijo había
decidido dejar a su padre, para vivir agradándose a sí mismo. Arrepentido,
regresó finalmente al hogar; su padre lo recibió con gozo y lo perdonó, y hubo
armonía entre ellos. Dios ha hecho todo esto por nosotros.
Nuestra unidad con el Padre celestial pagó un gran
precio: el sacrificio de su Hijo unigénito. Cristo dio su vida por nosotros,
para que pudiéramos ser reconciliados con Dios. La vida cristiana debe dar
testimonio de que el Señor Jesús es la fuente de su paz.
(De Encontacto.org)