Meditación 29.04
Salmos 150
"Alabad a Dios
en su santuario; alabadle en la magnificencia de su firmamento. Alabadle por
sus proezas; alabadle conforme a la muchedumbre de su grandeza. Alabadle a son
de bocina; alabadle con salterio y arpa. Alabadle con pandero y danza; alabadle
con cuerdas y flautas. Alabadle con címbalos resonantes; alabadle con címbalos
de júbilo. Todo lo que respira alabe a Jehová. Aleluya".
El Señor nos ha
hecho un pueblo especial para que podamos cumplir con una misión especial. Isaías 43.21
dice: “Este pueblo he creado para mí; mis alabanzas publicará”. Una parte
integral de la adoración al Señor es proclamar su grandeza.
Alabar a nuestro
Padre celestial es aplaudirlo por ser Él quién es, y por lo que ha hecho. Esto
implica la liberación de nuestras emociones para expresar la adoración abierta
y confiada al Señor. Cuando alguien ama a otra persona, la respuesta más
natural es elogiarla. De la misma manera, quienes aman a Cristo descubren
que la alabanza viene con facilidad a sus labios.
Alabar al Señor
es bueno para nosotros. En nuestra sociedad egoísta, las personas están
interesadas básicamente en satisfacer sus necesidades. Por desgracia, esta
misma actitud se ha infiltrado en algunas iglesias. Pero Dios no quiere que
pensemos solo en nosotros. La alabanza levanta nuestros ojos a Cristo, y
llena nuestro corazón con la satisfacción que no tenemos cuando nos centramos
exclusivamente en nuestros problemas y necesidades.
Aunque la
alabanza y la adoración están asociadas, por lo general, con los servicios de
la iglesia, ellas deben caracterizarnos en dondequiera que estemos. Algunas de las experiencias más
íntimas y preciosas de la adoración pueden ocurrir en los momentos pasados a
solas con Dios.
Si usted se
da cuenta de que su alabanza carece de vitalidad, exprese su deseo sincero al
Señor de aprender a alabarle con todo el corazón. Enfocarse en la adoración es la
clave. Recuerde las maneras en que Dios ha
cuidado de usted, y dígale lo grande que es Él.
(De Encontacto.org)
TPSH 21052022