Meditación 15.04
2
Corintios 8.1-6 "Asimismo, hermanos, os hacemos saber la gracia de Dios
que se ha dado a las iglesias de Macedonia; que en grande prueba de
tribulación, la abundancia de su gozo y su profunda pobreza abundaron en
riquezas de su generosidad. Pues doy testimonio de que con agrado han dado
conforme a sus fuerzas, y aun más allá de sus fuerzas, pidiéndonos con muchos
ruegos que les concediésemos el privilegio de participar en este servicio para
los santos. Y no como lo esperábamos, sino que a sí mismos se dieron
primeramente al Señor, y luego a nosotros por la voluntad de Dios; de manera
que exhortamos a Tito para que tal como comenzó antes, asimismo acabe también
entre vosotros esta obra de gracia".
La iglesia de Jerusalén del primer siglo era una iglesia pobre,
debido a que los judíos que se hacían cristianos eran con frecuencia
marginados. Esto afectaba su capacidad de ofrendar a la congregación local, y
aumentaba el número de miembros pobres. A medida que la iglesia crecía, los
recursos se hacían cada vez menores. Por eso, cuando viajaba, el apóstol Pablo
les pedía a sus congregaciones que ayudarán a la iglesia madre.
Muchas de esas iglesias tenían serios problemas económicos, pero
prometían ayudar a Jerusalén. La iglesia de los corintios estaba entre las que
prometieron enviar ayuda (2Corint.8.10). Para inspirarles a cumplir y superar
el monto prometido, Pablo usó de ejemplo a la ofrenda de los macedonios. Señaló
que, a pesar de su pobreza, esa iglesia se las arregló para dar más allá de su
capacidad, y lo hizo con alegría. Igual que la viuda a quien Jesús alabó por
dar sus últimas monedas al tesoro del templo (Marcos 12.43), la congregación confiaba en que Dios
proveería la ofrenda, y que seguiría supliendo sus necesidades.
Los creyentes de hoy tienen mucho que aprender del ejemplo de
los macedonios. La cantidad que podamos dar para la obra de Dios, no es tan importante como nuestro deseo de dar. La generosidad es una
cualidad del corazón, una actitud que brota de la gratitud del creyente por
la provisión espiritual y material del Señor. Dios quiere que seamos
dadores, porque el acto de dar enriquece espiritualmente.
El
Señor derramará bendiciones sobre el corazón generoso, de acuerdo con su
promesa en
Lucas 6.38: “Con la misma medida con que medís,
os volverán a medir”. (De Encontacto.org)
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