MEDITACIÓN 30.3
Juan
1.12-13 "Mas a todos los
que le recibieron, a los que creen
en su nombre, les dio potestad de ser
hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de
voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios".
Desde el
principio, la intención de Dios fue tener una relación personal y amorosa con
nosotros. ¿Qué evidencia
tenemos de ello?
Su
Hijo. Una de las razones de la venida de Cristo al mundo es que
conozcamos al Padre celestial y tengamos comunión con Él. La Biblia nos
dice que Jesús
es su representación exacta; sus palabras y sus obras fueron las mismas del Padre (Juan 5.19; 12.50). Por tanto, cuando miramos al Hijo, estamos viendo el
carácter de nuestro Padre celestial.
Su
invitación. Dios nos invita, por medio de la Biblia, a unirnos a su familia (Juan 3.16). Él se encargó de preparar cada uno de los detalles; a
nosotros nos corresponde aceptar la invitación.
Su
adopción. El lazo más cercano que podemos tener unos con otros es la
familia. En el momento de la salvación, el Señor nos adopta en la suya.
Esta relación con nuestro Padre celestial dura por la eternidad, dándonos
sustento, aliento y amor.
Su
amistad. Al llamar “amigos” a sus discípulos (Juan 15.15), Jesús reveló un nuevo aspecto en cuanto a su relación, que se
aplicaría también a sus futuros seguidores. Cristo es un amigo que nunca nos
abandonará.