Meditación 22.3
Juan 6.35 "Jesús les dijo: Yo
soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí
cree, no tendrá sed jamás".
Durante
miles de años, el pueblo judío había tenido un conjunto de instrucciones
especiales para su evento más importante del año —la Pascua. Rebosante de drama
y de intensidad, la Pascua incluía un orden de palabras, símbolos, alimentos,
sabores, olores y rituales cuidadosamente preparados. Por tanto, si el padre de
la familia se salía de lo pautado mientras dirigía la comida pascual, todos los
presentes lo notarían de inmediato.
Y
eso es exactamente lo que sucedió cuando el Señor reunió a sus discípulos al
aproximarse a su muerte. La noche comenzó como la de una típica comida de
Pascua; estaban celebrando la cena de la misma manera que los judíos habían
hecho durante siglos . . . hasta que Jesús se salió de lo acostumbrado y
comenzó a hablar de sí mismo. Cuando tomó el pan de la Pascua en sus manos,
dijo algo absolutamente sorprendente: “Tomad, comed; esto es mi cuerpo” (Mateo 26.26).
En
cada paso, es Jesús quien lo da. La Pascua tenía que ver básicamente con la
liberación de un pueblo en particular (los judíos), de la esclavitud a la
libertad verdadera. Pero toda la historia de la Biblia apuntaba a una
liberación aun más profunda de una servidumbre más trágica —la liberación del
pecado de toda la humanidad. Mientras sostenía el pan en sus manos, Jesús
anunció tranquilamente que su cuerpo partido sería la única fuente de esa
profunda y universal salvación y libertad.
“Esto
es mi cuerpo, que por vosotros es dado” (Lucas 22.19)
—algunos historiadores de la iglesia llaman a esta frase “las palabras de
institución”, porque nuestro Salvador estaba instituyendo o inaugurando un nuevo
capítulo en la historia acerca de Dios y del género humano. Pero notemos que
Jesús se apartó de la tradición para que supiéramos que este nuevo capítulo
vendría por medio de su iniciativa, no de la nuestra.
Aún cuando estaba siendo entregado a la muerte, el
Señor estuvo actuando misericordiosamente para salvarnos, perdonarnos y
bendecirnos. En cada paso, es Jesús quien lo da. Jesús escribe (o modifica) lo
establecido. Nos da la Cena del Señor, una comida para que la tengamos
juntamente con Él —con Aquel que dijo: “Yo soy el pan de vida”.
Y
con un simple trozo de pan, Jesús declara cómo viene la salvación —no por
nuestros esfuerzos, sino por su gracia; no como un proyecto humano, sino como
un regalo divino. (por
Matt Woodley. Ministerios EnContacto)
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