Para los que no conocen mi testimonio ... Domingo 7 de octubre de 2007. Tenía 42 años.
Fueron muchos los años en que mis padres y hermanas me hablaban de las grandes cosas que Dios hace en la vida de los que le buscan; a lo cual no hacía caso, pues para mi eran palabras huecas y sin sentido… Igual como les pasa a muchos hoy, en los cuales el Espíritu Santo de Dios no está presente.
Cuando era una niña, fui con mis padres algunas veces a la iglesia. Recuerdo un momento en que mi papá le dijo al pastor: “Óreme por todas esas muchachitas, que ninguna se perderá”. Ya, cuando adulta, mis hermanas me decían que había promesas de Dios para mi vida, por más que le huyera; y que había almas que estaban secas y vacías porque yo sería el instrumento para que fueran salvadas. Y yo les decía: “Ustedes y sus tonterías”.
Ellas oraban por mí, y pedían que yo escuchara ese llamado de Dios. Pero yo me resistía, con lo cual seguía con los “permisos” que me tomaba para vivir a mi manera. Donde yo era la protagonista: Maltratando, hiriendo, pisoteando y dañando a muchos. (una de mis hermanas, ya luego de yo conocer a Jesús me dijo: “tú me hacías llorar tanto, con tantos insultos que me dabas”). También, en otra ocasión mi madre me confesó que no le gustaba ir a mi casa, porque ella no podia entender que hubiera una persona tan amargada y desagradable, como yo.
Fue una vida tan desorientada y vacía que, en el 2000, hice intento de apagarla. Un día, me dirigí con mi vehículo en la ruta del elevado de la Nuñez de Cáceres, llegando al Malecón, y aceleré de manera tal para que, al chocar con el muro de contención que hace el giro hacia la avenida G. Washington, me estrellara y callera en el mar.
¿Qué paso? ¡Había personas que oraban por mí, y Dios tenía propósitos claros para mi vida! Entonces, hubo algo como una fuerza muy fuerte que movió el guía, y cuando me di cuenta yo estaba en la G. Washington. Eso me pareció tan extraño, pero deshizo mi intento suicida. Seguí con vida, pero muerta espiritualmente.
En 2006 presenté una situación de salud, que me llevó a una cirugía para extraer unos fibromas y quistes. Independientemente, y como yo era tan YO, pensé hacerme un 3X1: Extracción de fibromas y quistes, abdominoplastia y liposucción general. Porque una mejor figura, “me devolvería a la vida”.
Fecha de las cirugías: agosto 31/2006. Hechos previos: Ir de médico en médico a chequeos, análisis, en fin, preparación para el proceso. Cuando estoy en sala de espera para hacerme el chequeo cardiovascular, viene una joven y se sienta a mi lado. Ella me mira y me pregunta: ¿qué te harás? Le dije, muy orgullosa, lo que me haría. Y ella me responde: “¿No sabes que Dios te ama como eres?”, y se fue.
No había pasado 5 minutos, cuando viene un caballero y se sienta en la misma silla donde se había sentado la joven. Y me pregunta: ¿para qué estás aquí? Le respondí lo mismo que a la joven anterior (y con el mismo orgullo). Él me dijo: “Dios no quiere que tú te hagas eso, Él te quiere, así como estás, tú no tienes que exponer tu vida. Él te hizo como Él quiere que tú seas, no hagas eso”.
Luego de esas palabras, que fueron como un puñal en mi corazón, me tranqué en el baño de la clínica y permanecí llorando buen rato. Sentí que algo muy grande estaba pasando en mi vida.
Luego de tanto llorar, y que paso a la evaluación cardiovascular, quedé totalmente convencida que Dios me había hablado (por 2 personas), y que no me operaría por fines estéticos, sino solamente por la cirugía de salud.
Llegó la fecha de la cirugía. A las 2 p.m. me entraron al quirófano. Todo sale, supuestamente bien, y el viernes 1 de septiembre comenzó una nueva historia... Esa noche comencé con dolores terribles. Me dijeron que era debido a que fue una cirugía muy difícil... y me hice la fuerte.
Sábado 2, siguen los dolores, pero me dieron de alta. Llegué a casa y no sabía cómo subiría las escaleras; pues no podía mover casi las piernas.
Domingo 3, 11 a.m. Me llevan a emergencia, y el médico de turno dijo lo mismo que habían dicho antes “ese tipo de cirugía es muy fuerte”. Me medicaron y me fui. Los dolores seguían horribles. Pero, en la tarde en mi habitación, desconcertada y molida por el dolor, le grité a Dios: “Haz conmigo lo que quieras, porque ya no aguanto más; yo me entrego en tus manos”. Lloré como nunca lo había hecho.
Casi desmayada, me llevaron a emergencia a otra clínica. Viendo ellos el cuadro que presentaba, llamaron un grupo de médicos, que, luego de varios estudios y evaluaciones, vieron que mi vejiga estaba casi al reventarse, y a punto de una septicemia. Los médicos comentaron: “¡Dios ha protegido a esta mujer!”. Todavía recuerdo la cara de asombro de los médicos a mi alrededor.
Inmediatamente me ingresaron, pues había un atrofiamiento en el uréter derecho. Dos días después me llevaron a quirófano para adaptar un catéter. Luego de la recuperación me fui a la casa, pero con la observación de que debía tener chequeos semanales, y que el catéter debía llevarlo por tres meses.
Al mes, en uno de los chequeos, dijo el doctor que había problemas, que mi riñón derecho estaba presentando complicaciones, ya que el catéter estaba calcificándose, por lo cual había que retirarlo de inmediato. Me dijo que, si no lograba sacarlo, había que volver a cirugía… pero Dios no lo quiso así; y el catéter pudo ser retirado sin complicaciones mayores.
¿Pero saben qué? Luego de toda esa larga y dolorosa historia, ya que todo estaba funcionando muy bien, olvidé que Dios había obrado para que aún yo estuviera con vida… volviendo a ser la misma orgullosa y prepotente de antes… como si nada hubiera pasado. Volví a vivir la vida que el mundo ofrecía… sin Dios y sin esperanzas; y envuelta en las mentiras que Satanás ofrece.
Agosto 2007. Inicia otra historia. Comencé a sentir dolores y dificultad para realizar mis actividades físicas. Vino un nuevo diagnóstico: adherencias pélvicas y abdominales extremas… por lo que era necesario una nueva cirugía.
Dentro de todo ese nuevo recorrido de dolores; y de seguir escondiéndome de Dios durante 42 años; llegó el 7 de octubre del 2007.
Unos vecinos me hicieron una invitación a la iglesia, y accedí “por no dejar, y que no me molestaran más con ese tema”. Pero ¡gloria a Dios, por esa tan bendita y oportuna invitación!
Al llegar al patio de aquel lugar, aún sin haber entrado al templo, hubo en mi algo tan extremadamente fuerte que comencé a llorar. ¡En los atrios del templo estaba la presencia de Dios esperándome! Luego de estar en el culto (donde me pasé dos largas horas llorando), cuando hicieron el llamado, para los que quisieran recibir a Jesucristo como su Señor y Salvador, ¡yo estuve en primera fila!
Finalmente, ante Dios y muchos testigos, entregué mi vida y mi alma a Jesucristo. El Espíritu Santo vino a morar en mi (como luego me explicaron), y se inició en mi un nuevo recorrido, el cual no se ha detenido, ni pienso detener; hasta no llegar a recibir el galardón que Dios tiene para los que perseveremos hasta el final, y que, tenemos como meta, ocupar ese lugar que Jesús fue a preparar en la casa del Padre Celestial, para que donde Él está, ¡nosotros también podamos estar!
Todo aquel que confiese a Jesús delante de los hombres, también Jesús le confesará delante de los ángeles de Dios (Lucas 12.8).
En la iglesia oraron por mí. Ese día le dije a Dios que, si era su voluntad, se hiciera la nueva cirugía, pero que no me dejara sola, y que fuera Él quien tomara el control. ¡La cirugía fue exitosa! Luego me comentó el doctor, que no tenía idea de cómo yo me movilizaba, pues lo que él encontró no sabía ni cómo manejarlo. Me dijo que mis órganos estaban tan unidos, que, internamente, yo era toda una tela de araña, pero ¡que Dios estuvo en todo momento, por lo que todo salió bien!
No fue fácil reconocer que Cristo era el elemento que faltaba en mi vida (42 años vacía). Él llamándome por las buenas, yo haciéndome la sorda. Con muchas pruebas y dolores conocí a Cristo. ¡Su mano de misericordia puso en ejecución el método preciso que me rompería hasta caer en su Verdad!
Gloria y honra doy a mi Señor, quien me amó, y nunca me abandonó, aún a pesar de mi rebeldía. Dios selló mi encuentro con Él, a través del siguiente verso bíblico, que está en Isaías 54:6-8 “Porque como a mujer abandonada y triste de espíritu te llamó Jehová, y como a la esposa de la juventud que es repudiada, dijo el Dios tuyo. Por un breve momento te abandoné, pero te recogeré con grandes misericordias. Con un poco de ira escondí mi rostro de ti por un momento; pero con misericordia eterna tendré compasión de ti, dijo Jehová tu Redentor”
Lo que ha hecho Jesús en estos 14 años, ha sido guiarme, enderezarme, moldearme, enseñarme a obedecer su Palabra; a tener gozo, paz; y a luchar cada día por tener la oportunidad de que, cuando mis ojos se cierren para siempre, tenga una esperanza gloriosa… ¡Sentarme a la diestra del Padre en lugares celestes! (Efesios 1.20).
Mi exhortación es a que no sigas corriendo ni desviándote de los caminos de Dios. Este mundo nada ofrece, todo es vanidad y aflicción de espíritu (Eclesiastés 2.17). Dice en Juan 3:16 que todo aquel que cree en Jesús, no se pierde, sino que tiene vida eterna.
Son 14 años de vida renovada y feliz en Cristo, de haber sido incrustada en la familia de Dios, y de haber sido hecha, espiritualmente, ¡su hija!
Y como decía el apóstol Pablo a Timoteo: No me avergüenzo de dar testimonio de mi Señor (2 Tim. 1.8). Sé de dónde Él me rescató, y por más que haga, ¡nunca compensaré ese regalo tan grande que ha sido la salvación de mi alma!
Si aún no le has entregado tu alma y vida a Jesucristo, espero que puedas librarte del método que Dios tiene en agenda para ti, para que lo escuches, y vengas por amor. ¡Jesús te ama, y te espera con sus brazos abiertos!
Soy una mujer, que
sigue siendo muy imperfecta, ¡pero en manos de Jesucristo!
Wilda Messina Ventura
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