Juan 4.5-10, 13-14 “Vino (Jesús), a una ciudad de Samaria llamada Sicar, …Y estaba allí el pozo de Jacob. Entonces Jesús, cansado del camino, se sentó junto al pozo… Vino una mujer de Samaria a sacar agua; y Jesús le dijo: Dame de beber. … La mujer samaritana le dijo: ¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer samaritana? Porque judíos y samaritanos no se tratan entre sí. Jesús le dijo: Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva… Jesús le dijo: Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; pero el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna”.
El encuentro de Jesucristo con la mujer samaritana es maravilloso ejemplo de su amoroso cuidado por las personas. Aunque este encuentro pudo parecer accidental, podemos pensar que fue una cita predestinada y salvadora.
Cuando la mujer se acercó al pozo Jesús inició la conversación, pidiéndole un poco de agua. Judíos y samaritanos no fraternizaban entre sí, por lo que su acercamiento directo la sorprendió. No obstante, abrió una puerta para el diálogo.
Durante el intercambio, Jesús quiso ayudarla a reconocer su mayor necesidad: la salvación. Al parecer, ella había estado buscando amor y aceptación, pero ahora Cristo le estaba ofreciendo el agua viva que le hacía falta; la única que podía saciar su verdadera sed, que era espiritual.
Igual que la mujer samaritana, pudieras estar muy concentrado en satisfacer tus necesidades inmediatas, y no ver la mano de Dios extendida con amor, y ofreciendo satisfacción verdadera.
El mundo hace promesas de amor, aceptación y autoestima, pero ninguna perdura. ¡Solo Jesucristo llena las almas vacías! Así que, cuando tu pozo se seque, ¡busca a Cristo y deja que Él sacie tu sed!
¡Feliz día y que Dios te bendiga!
Evangelista
Wilda Messina
(Referencia:
En.Contacto)
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