Meditación 05.01.18
Proverbios 3.5-12
“Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en
tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus
veredas. No seas sabio en tu propia opinión; teme a Jehová, y apártate del mal;
porque será medicina a tu cuerpo, y refrigerio para tus huesos. Honra a Jehová
con tus bienes, Y con las primicias de todos tus frutos; y serán llenos tus graneros con
abundancia, y tus lagares rebosarán de mosto. No menosprecies, hijo mío, el
castigo de Jehová, ni te fatigues de su corrección; porque Jehová al que ama
castiga, como el padre al hijo a quien quiere”.
Dios nos creó con la necesidad de saber que nuestra
presencia en este mundo tiene significado; y nos diseñó para que nos
sintamos realizados mediante su Hijo Jesucristo.
La dependencia de Dios es vital para tener vida
abundante. Confiar en Él con todo nuestro corazón es darle el control de
nuestras familias, finanzas, trabajos y todo lo demás. El pasaje de hoy
enfatiza lo esencial que es la fe para una vida fructífera. Dios nos
advierte en contra de ser sabios a nuestros propios ojos, y nos recuerda dos
veces que no debemos apoyarnos en nuestra propia sabiduría.
Cuando
enfrentamos decisiones, tendemos a recopilar información y a optar por la
solución que consideramos correcta. Sin embargo, no podemos conocer todos los
hechos o predecir con seguridad cómo reaccionarán los demás. Pero Dios es
omnisciente. Conoce nuestros corazones y pensamientos (1 Crónicas 28.9). Ninguna parte de nuestra vida escapa a su conocimiento (Hebreos 4.13), y se interesa por
todos. Es por eso que Él sabe con seguridad qué decisión es la que
conviene a nuestras circunstancias.
Otro aspecto de una vida abundante es reconocer a Dios
en todo lo que hacemos. Hablar sobre Él es solo una parte de lo que
significa darle nuestro reconocimiento. Como sus hijos, debemos parecernos a
nuestro Padre celestial en pensamientos, actitudes y acciones. Nuestras
prioridades deben reflejar las suyas, y nuestros planes armonizar con sus
propósitos.
La vida se vuelve fructífera cuando nos rendimos a
Dios y hacemos su voluntad. Al dejar que su Espíritu viva en nosotros (Gálatas 2.20), nuestras vidas se
caracterizarán por un sentido de propósito y santificación.
(De Encontacto)
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