Meditación 04.01.18
Proverbios 3.1-4
“Hijo mío, no te olvides de mi
ley, y tu corazón guarde mis mandamientos; porque largura de días y años de
vida y paz te aumentarán. Nunca se aparten de ti la misericordia y la verdad;
átalas a tu cuello, escríbelas en la tabla de tu corazón; y hallarás gracia y
buena opinión ante los ojos de Dios y de los hombres”.
Jesús dijo a sus discípulos: “Yo soy la vid, vosotros los
pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto” (Juan 15.5). A medida que llevemos a cabo los planes de Dios, por medio del poder de
su Espíritu, nuestra vida tendrá significado y 2 prácticas nos caracterizarán:
1. Atesoraremos la Palabra de Dios en nuestros corazones.
Cuando valoramos algo, pensamos en ello a menudo, lo
estudiamos con regularidad y aprendemos lo más que podemos del mismo. Al
estudiar la Biblia aprendemos muchas cosas importantes acerca de nuestro Dios,
entre ellas su identidad, su plan y sus promesas. La meditación habitual en
las Sagradas Escrituras desarrolla nuestra capacidad de pensar bíblicamente,
y profundiza nuestra relación con el Señor. Una de las señales de que
atesoramos su Palabra es un cambio de conducta; nuestras decisiones
serán guiadas cada vez más por sus preceptos, y nuestras acciones
reflejarán el fruto del Espíritu (Galatas 5.22-23).
2. Nos adornaremos de misericordia y verdad. En la vida cristiana, estas 2 virtudes deben ser nuestra compañía
constante. La verdad de Dios tiene el poder de mostrar la falta de caridad
en la actitud y la conducta. Cuando esto sucede, ser misericordiosos nos
ayuda a evitar la discordia y la división al relacionarnos con otros, fuera
y dentro de la iglesia. Dios quiere que digamos la verdad, pero suavizada
con una actitud de amorosa compasión.
La vida cristiana es una peregrinación llena de
tentaciones, obstáculos y dificultades (1 Pedro 4.12). Al mismo tiempo, debe caracterizarse por el fruto abundante que produce
el seguir a nuestra guía: el Señor Jesucristo.
(De
Encontacto)
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