Meditación 23.10.17
Hechos 4.13 “Entonces viendo el
denuedo de Pedro y de Juan, y sabiendo que eran hombres sin letras y del vulgo,
se maravillaban; y les reconocían que habían estado con Jesús”.
Cualquiera que
estudie el modus operandi de Dios, se da cuenta de que es muy diferente al de
los hombres. La sabiduría del mundo dice que para alcanzar grandes logros se
necesitan personas excepcionales y muchos recursos, pero el Señor elige a
menudo lo pequeño e insignificante para lograr sus propósitos.
Por ejemplo,
Cristo escogió como sus discípulos a un grupo de hombres comunes y corrientes,
pero que “transformaron al mundo” después de ser llenos del Espíritu Santo.
Durante su ministerio terrenal, Jesús alimentó a miles de personas con el
almuerzo de un niño, y vio las dos pequeñas monedas de una viuda como una
ofrenda superior a todas las demás (Juan 6.5-12; Lucas 21.2, 3).
Dios es experto
en el uso de personas que no parecen estar capacitadas para servirle. Moisés
era un pastor de ovejas de 80 años de edad y tartamudo que liberó a una nación.
Después de que Gedeón se escondía de sus enemigos, Dios lo convirtió en un
valiente guerrero. David fue el menor de sus hermanos que pasó desapercibido,
pero que mató a un gigante con una pequeña piedra y llegó a ser el rey más
grande de Israel.
Dios no está
buscando personas extraordinarias; Él quiere voluntarios que doblen
obedientemente su rodilla. El ser común y corriente no le hace a usted inútil.
Por el contrario, le permite ser una demostración del poder divino en su vida.
Dios toma a las personas insignificantes y se deleita en hacerlas grandes.
¿Ha pensado usted
alguna vez que su falta de capacidad, talento o habilidades es el escenario
ideal para que Dios exhiba de manera admirable el poder y la gloria de Cristo?
Si usted tiene la disposición de someterse a su dirección, Él hará grandes
cosas en usted y por medio de usted. (Encontacto.org)
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