Meditación 7/2/17
2 Timoteo 1.3-11
"Doy gracias a Dios, al cual sirvo desde mis mayores con limpia
conciencia, de que sin cesar me acuerdo de ti en mis oraciones noche y día; 4 deseando
verte, al acordarme de tus lágrimas, para llenarme de gozo; 5 trayendo
a la memoria la fe no fingida que hay en ti, la cual habitó primero en tu
abuela Loida, y en tu madre Eunice, y estoy seguro que en ti también. 6 Por
lo cual te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está en ti
por la imposición de mis manos. 7 Porque no nos ha dado Dios
espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio. 8 Por
tanto, no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor, ni de mí,
preso suyo, sino participa de las aflicciones por el evangelio según el poder
de Dios, 9 quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no
conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue
dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos, 10 pero
que ahora ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador Jesucristo,
el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el
evangelio, 11 del cual yo fui constituido predicador, apóstol y
maestro de los gentiles".
¿Siente usted que su fervor
hacia el Señor se está enfriando? Aunque, como hijos de Dios en obediencia,
jamás podremos perder nuestra salvación, sí es posible que nuestra pasión
espiritual disminuya.
Los versículos de hoy revelan
que hasta Timoteo vio reducido su entusiasmo por el Señor. Fue por eso que
Pablo le escribió, animando al joven pastor de Éfeso a avivar la llama de su
fe.
Cualquier cristiano puede
“enfriarse” espiritualmente. Esto
comienza con frecuencia cuando una tragedia o una decepción desvían su
atención. En vez de clamar al Señor y encontrar refugio en Él, el creyente
deja poco a poco de leer la Biblia. La
Palabra de Dios es como la madera en una chimenea: el fuego puede mantenerse
vivo solo si hay leños que ardan. Cuando se dedica menos tiempo a la
Biblia, otros aspectos de la relación con Dios se ven afectados: la asistencia
a la iglesia disminuye, el ofrendar se vuelve esporádico, y la oración —que
cada vez parece ser más decaída— se utiliza solo en las emergencias.
El cristiano que ya no está
dispuesto a defender aquello que una vez consideró importante, comienza pronto
a claudicar. Podrá sentirse
atormentado por los sentimientos de culpa, y ponerse a la defensiva en cuanto a
la manera como está viviendo. Por último, el gozo, el contentamiento y la paz
de Dios son reemplazados por preocupación, duda y temor.
El cristiano que se permite
vacilar en su fe, perderá el gozo y la satisfacción de una rica relación con el
Señor. Piénselo. ¿Es su entusiasmo
por las cosas de Dios más fuerte que antes o ha disminuido con el tiempo? Si su fuego necesita ser alimentado, pídale al Espíritu
Santo que le muestre cómo hacerlo.
(De Encontacto.org)
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