jueves, 2 de junio de 2016

"Cómo medir nuestro crecimiento espiritual"

Meditación 02.06

     Efesios 4.14-16 "Para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor".

     Como creyentes, debemos hacer todo lo posible para parecernos cada vez más a Dios (Efesios 4.15). Cuando Él es el Señor de nuestra vida, es necesario que demostremos ciertas características. Recuerde, solo la Biblia puede indicarle la magnitud de su crecimiento.

     Sabemos que estamos creciendo cuando nos volvemos más conscientes de nuestra pecaminosidad y debilidad. Al estudiar la vida de los primeros cristianos, es obvio que ellos no “mejoraron” con la edad ni con la madurez espiritual. Por el contrario, se hicieron más dependientes del Señor. Lo cual quiere decir que crecemos espiritualmente cuando respondemos al pecado con arrepentimiento. Negarse a enfrentar el pecado es rebeldía contra Dios. Los creyentes que crecen se alejan de lo malo y se apegan a lo recto. Si experimentamos las bendiciones de la dependencia y el arrepentimiento, nuestro deseo de obedecer se intensifica y la atracción al pecado disminuye.

     El crecimiento se caracteriza por el aumento tanto de gozo como de lucha. La fe se desarrolla por medio de las dificultades, porque gozar de confianza en medio de sufrimiento nos ayuda a lograrlo. Por tanto, maduraremos cuando juzguemos las pruebas y las tentaciones como oportunidades para crecer.

     Pablo, David y Daniel demostraron que la adversidad puede ayudar a formar gigantes espirituales. Estos hombres reconocieron a Dios como el guardián de sus vidas. Maduramos cuando discernimos que todo lo que nos sucede viene del Señor, y por tanto, Él está obrando para nuestro bien (Romanos 8.28).
(De Encontacto.org)

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