Meditación 02.06
Efesios 4.14-16 "Para que ya no
seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por
estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del
error, sino que siguiendo
la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el
cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan
mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento
para ir edificándose en amor".
Como creyentes, debemos hacer todo lo posible para parecernos
cada vez más a Dios
(Efesios 4.15). Cuando Él es el
Señor de nuestra vida, es necesario que demostremos ciertas características.
Recuerde, solo la Biblia puede
indicarle la magnitud de su crecimiento.
Sabemos que estamos creciendo cuando nos
volvemos más conscientes de nuestra pecaminosidad y debilidad. Al estudiar
la vida de los primeros cristianos, es obvio que ellos no “mejoraron” con la
edad ni con la madurez espiritual. Por el contrario, se hicieron más dependientes
del Señor. Lo cual quiere decir que crecemos
espiritualmente cuando respondemos al pecado con arrepentimiento. Negarse a
enfrentar el pecado es rebeldía contra Dios. Los creyentes que crecen se
alejan de lo malo y se apegan a lo recto. Si experimentamos las bendiciones
de la dependencia y el arrepentimiento, nuestro deseo de obedecer se
intensifica y la atracción al pecado disminuye.
El crecimiento se caracteriza por el
aumento tanto de gozo como de lucha. La fe se desarrolla por medio de las dificultades, porque gozar de confianza en medio de
sufrimiento nos ayuda a lograrlo. Por tanto, maduraremos
cuando juzguemos las pruebas y las tentaciones como oportunidades para crecer.
(De Encontacto.org)
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