MEDITACIÓN 24.8
Colosenses 3.12-14 “Vestíos,
pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de
benignidad, de humildad, de mansedumbre, de Paciencia; soportándoos
unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra
otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros. Y
sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto.”
Motivado por el amor, Dios proveyó la manera de que nuestros
pecados fueran perdonados. Envió a Jesús para ser nuestro Salvador; cuando
confiamos en su sacrificio expiatorio a favor nuestro, recibimos su perdón.
Antes de poner la fe en Cristo,
estábamos muertos en nuestros pecados y éramos objetos de la
ira divina (Efesios 2.1-3).
Pero nuestro misericordioso Padre celestial envió a su Hijo Jesús para
redimirnos. En la cruz, el Salvador tomó sobre sí nuestros pecados y
experimentó la furia de Dios por amor a nosotros. Su muerte nos aseguró el
perdón —no había nada que pudiéramos hacer para lograr la aceptación de Dios. Somos
salvos por gracia mediante la fe en Cristo y en lo que Él realizó (Efesios 2.8, 9).
Nuestra salvación es un regalo del Padre celestial.
La voluntad de Dios es que, como personas perdonadas,
mostremos misericordia a quienes nos agravian, hasta la medida en que Él nos
perdonó. Pero la inclinación humana es imponer condiciones cuando se trata de
tener misericordia. Pensamos: Te
perdonaré solo si te disculpas como debe ser, o antes de que se me quite el
enojo, debes arreglar el problema; e incluso, espero que pagues por el daño
hecho, antes de que te perdone. Eso no es lo que nuestro Salvador
hizo. Romanos 5.8
lo expresa así: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo
aún pecadores, Cristo murió por nosotros”.
(De Encontacto.org)
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