Meditación 21.4
Lectura bíblica en Romanos 14.7-9 “Porque ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí. 8 Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos. 9 Porque Cristo para esto murió y resucitó, y volvió a vivir, para ser Señor así de los muertos como de los que viven.”
Lectura bíblica en Romanos 14.7-9 “Porque ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí. 8 Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos. 9 Porque Cristo para esto murió y resucitó, y volvió a vivir, para ser Señor así de los muertos como de los que viven.”
¿Alguna vez ha estado usted cerca de personas que se niegan a
aceptar ayuda? Tal vez las ha escuchado decir rotundamente: “¡No necesito la
ayuda ni la caridad de nadie!” Hasta cierto punto respetamos a personas así por
su disposición de valerse por sí mismas. Sin embargo, cuando esta conducta es
extrema, puede dar lugar a serios problemas espirituales.
En su mirada alegórica de la eternidad, C. S. Lewis describe
en su libro “El Gran Divorcio” a
una persona que lo único que quiere es “sus derechos”. Es decir, quiere
solamente lo que merece —ni más ni menos.
A primera vista, esto parece ser un acto de humildad. Sin
embargo, tal actitud es muchas veces el fruto de falsa humildad, y realmente es
motivada por el orgullo. Si estamos decididos a resolver los problemas por
nosotros mismos, rechazando todos los ofrecimientos de ayuda, entonces
fracasamos miserablemente cuando tratamos de no pecar.
El pecado es un problema de todos. La Biblia deja claro que
no hay forma de evadirlo: “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la
gloria de Dios” (Romanos 3.23).
Siendo así, ¿cuál es el precio que hay que pagar por pecar? Romanos 6.23
revela que “la paga del pecado es muerte”.
Si nosotros, al igual que el orgulloso hombre del libro de
Lewis, aceptamos solamente “nuestros derechos”, entonces el pecado y la muerte
reinarán en nuestras vidas. Podemos vencer la carga del pecado
solamente cuando renunciamos a nuestro orgullo y aceptamos humildemente lo que
no merecíamos —el amoroso sacrificio del Señor Jesucristo a favor nuestro.
(De Encontacto.org)
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