Meditación 22.4
Lectura bíblica en Filipenses 2.5-11
“Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, 6 el
cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse,
7 sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo,
hecho semejante a los hombres; 8 y estando en la condición de
hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte
de cruz. 9 Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y
le dio un nombre que es sobre todo nombre, 10 para que
en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los
cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; 11 y
toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.”
¿Qué significa que Jesucristo es el Señor? A veces escuchamos
esta frase con tanta frecuencia, que es posible que perdamos el significado de
su gran poder y trascendencia.
Señor es mucho más que un simple título que le da la Biblia a
Jesús. El capítulo 2 de Filipenses enfatiza este hecho, mencionando
repetidamente la palabra nombre. Vemos que Dios le dio a Jesús un
“nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús” todos en el
cielo y en la tierra se postren, y toda lengua “confiese que Jesucristo es el
Señor, para gloria de Dios Padre” (vv. 9-11).
En ese pasaje, el nombre dado a Jesús es nada menos que “Señor”.
En realidad, esa palabra no se usa para referirse a lo que Jesús hace; sino
simplemente a lo que Jesús es. Él es, y será siempre, el gobernante
soberano de todo lo que hay en el cielo y en la tierra.
Por tanto, si estamos de acuerdo con esto, nuestra vida debe
reflejar entonces esa confianza. ¿Hay algo en su vida que
intenta esconder de Cristo? ¿Se ha negado a cumplir con algo que Él
le ha llamado a hacer? Estos son actos de rebeldía, y demuestran simplemente nuestra
falta de fe en Jesús como el Señor de su vida.
Un día, todo el mundo
reconocerá que Cristo es Señor de señores (1 Timoteo 6.15). Nosotros, que somos sus
hijos, debemos demostrar nuestra fe invitándolo a las áreas turbias de
nuestra vida, y permitirle que nos conforme a su imagen.
Podemos comenzar con la simple pero profunda confesión: “Jesús es el
Señor”. Y cuando confesemos esas palabras, debemos
ser conscientes de su significado.
(De EnContacto.org)
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