Meditación 20.4
Lectura bíblica en Hebreos 4.13-16 “Y
no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas
las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar
cuenta. 14 Por tanto, teniendo un gran sumo
sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra
profesión. 15 Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda
compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según
nuestra semejanza, pero sin pecado. 16 Acerquémonos,
pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar
gracia para el oportuno socorro.”
Cuando la tristeza, la depresión o la soledad nos asaltan,
podemos sentir como si no hubiera nadie a quién acudir. Pero Dios nos dice
claramente que vayamos directamente a su trono de gracia, cuando tengamos
necesidad de algo.
La visión del profeta Isaías de esta escena es tan
abrumadora, que exclama: “¡Ay de mí, que estoy perdido! Soy un hombre de labios
impuros y vivo en medio de un pueblo de labios blasfemos, ¡y no obstante mis
ojos han visto al Rey, al Señor Todopoderoso!” (Isaías 6.5).
Esta sala del trono está llena de la gloria, el poder y la radiante majestad de
Dios.
Nosotros, al igual que Isaías, podemos
sentirnos indignos, pero Dios nos extiende su gran misericordia y su gran amor
desde su trono, quitando nuestro pecado. Podemos acercarnos a
Dios una vez que le hayamos dado nuestras vidas por medio de Cristo. Al
pedirle al Señor Jesús que nos salve, la puerta del cielo se abre de par en
par, y somos introducidos a la sala del trono. Allí se nos da la
bienvenida, porque el Señor Jesús es nuestro intercesor;
Él nos da acceso al Dios de toda la creación. Porque el Señor Jesús experimentó
lo mismo que nosotros, y se compadece de nuestras debilidades.
Jesús fue tentado al igual que
nosotros, pero nunca pecó, y siempre fue uno con el Padre. Él
nos invita a seguir sus pasos. Su muerte y su resurrección hacen posible
que podamos recibir misericordia y gracia en todo momento. Por eso, en vez de
quedarnos solos con nuestro dolor, fuera de este maravilloso lugar donde
siempre somos aceptados, debemos atravesar las puertas abiertas, e
ir directamente a la presencia de nuestro Padre celestial.
(De Ministerios en Contacto)
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