lunes, 20 de abril de 2015

“El Trono de la Gracia de Dios”

Meditación 20.4

Lectura bíblica en Hebreos 4.13-16 “Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta. 14 Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión. 15 Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. 16 Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.”

Cuando la tristeza, la depresión o la soledad nos asaltan, podemos sentir como si no hubiera nadie a quién acudir. Pero Dios nos dice claramente que vayamos directamente a su trono de gracia, cuando tengamos necesidad de algo.

La visión del profeta Isaías de esta escena es tan abrumadora, que exclama: “¡Ay de mí, que estoy perdido! Soy un hombre de labios impuros y vivo en medio de un pueblo de labios blasfemos, ¡y no obstante mis ojos han visto al Rey, al Señor Todopoderoso!” (Isaías 6.5). Esta sala del trono está llena de la gloria, el poder y la radiante majestad de Dios.

Nosotros, al igual que Isaías, podemos sentirnos indignos, pero Dios nos extiende su gran misericordia y su gran amor desde su trono, quitando nuestro pecado. Podemos acercarnos a Dios una vez que le hayamos dado nuestras vidas por medio de Cristo. Al pedirle al Señor Jesús que nos salve, la puerta del cielo se abre de par en par, y somos introducidos a la sala del trono. Allí se nos da la bienvenida, porque el Señor Jesús es nuestro intercesor; Él nos da acceso al Dios de toda la creación. Porque el Señor Jesús experimentó lo mismo que nosotros, y se compadece de nuestras debilidades.


Jesús fue tentado al igual que nosotros, pero nunca pecó, y siempre fue uno con el Padre. Él nos invita a seguir sus pasos. Su muerte y su resurrección hacen posible que podamos recibir misericordia y gracia en todo momento. Por eso, en vez de quedarnos solos con nuestro dolor, fuera de este maravilloso lugar donde siempre somos aceptados, debemos atravesar las puertas abiertas, e ir directamente a la presencia de nuestro Padre celestial.
(De Ministerios en Contacto)

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