viernes, 24 de abril de 2015

“Cuando Nos Sintamos Agotados”

Meditación 24.4

Lectura en Mateo 11.25-30 “En aquel tiempo, respondiendo Jesús, dijo: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños. 26 Sí, Padre, porque así te agradó. 27 Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar. 28 Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. 29 Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; 30 porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga.”

Todos hemos experimentado el agotamiento físico ­­­—momentos de cansancio por las muchas actividades o dificultades que nos asaltan. Pero también, uno peor, el agotamiento espiritual por la presión de tratar de obedecer a Dios, de asistir fielmente a la iglesia, y de dedicar tiempo a orar y leer la Biblia. El simple hecho de pensar en todo lo que creemos que debemos, hacer para tener éxito espiritualmente, ¡puede ser abrumador!

Cuando experimentamos fatiga espiritual, se debe a menudo a una visión equivocada de nuestra fe. No nos damos cuenta de que tenemos una lista de haz esto o no hagas esto, esforzándonos por agradar a Dios con actividades religiosas. La vida cristiana no es una fórmula mediante la cual modificamos nuestro comportamiento para ganarnos la aprobación del Señor. Dios extendió su mano y nos reconcilió con Él en el momento que le pedimos que morara en nuestro corazón; por tanto, ya tenemos su aprobación.

La verdadera madurez espiritual implica una conciencia gradual de que nada de lo que podamos hacer —que ningún cambio de conducta—­­­ nos hará aceptables. Por el contrario, reconocemos nuestra incapacidad y debilidad, y vivimos más bien por fe. Entonces la omnipotencia de Dios puede ayudarnos a seguir adelante en la vida.


Piense en el poder de Dios como un río que corre por un terreno montañoso. Podemos caminar, resoplando y sudando, a lo largo del sendero, o simplemente podemos dejarnos llevar tranquilamente por el agua. No tendremos que gastar energías, porque la corriente nos llevará directamente a nuestro destino.

(De Encontacto.org)

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