Lectura bíblica en Lucas 22.31-34 “Dijo
también el Señor: Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos
como a trigo; 32 pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y
tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos. 33 El le dijo:
Señor, dispuesto estoy a ir contigo no sólo a la cárcel, sino también a la
muerte. 34 Y él le dijo: Pedro, te digo que el gallo no cantará
hoy antes que tú niegues tres veces que me conoces.”
Pedro fue un hombre de gran fe y de acciones valerosas. Pero
como sabemos, su manera de ser a veces lo llevó a cometer errores humillantes.
Más de una ocasión, este discípulo fue etiquetado como “triste fracasado” en
vez de como “siervo obediente”.
Todos podemos identificarnos con él en lo que se refiere a no
estar a la altura de las expectativas. La obediencia a Dios es un
proceso —algo que aprendemos. Y el fracaso es parte de nuestro
desarrollo como siervos humildes. Cuando cedemos a la tentación o nos rebelamos
contra la autoridad de Dios, nos damos cuenta de que el pecado tiene pocas
recompensas.
El fracaso es una excelente herramienta de enseñanza, como
podría atestiguar Pedro. Por medio de ensayo y error, descubrió que uno nunca
debe apartar los ojos de Jesús (Mt 14.30);
que el plan de Dios siempre debe tener prioridad sobre el del hombre (16.21-23; Juan 18.10-11);
y que a los creyentes se les exige humildad (13.5-14). Pedro tomó con mucha
seriedad cada una de esas lecciones, y de esa manera se fortaleció su fe. Dios
utilizó los fracasos de Pedro como un material de capacitación, porque el
discípulo estaba dispuesto a madurar y servir.
Dios no recompensa la rebeldía ni la transgresión.
Sin embargo, por su gracia, Él bendice a quienes resuelven arrepentirse y
aceptar el castigo para crecer.
Todos preferiríamos madurar en la fe sin cometer errores, pero
no podemos negar que los deslices son instructivos.
El fracaso nos enseña que es
mucho más sabio ser obedientes al Señor. Esa es una lección
que todos debemos tomar muy en serio.
(De Encontacto.org)
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