Meditación 05.03
Lectura bíblica en Juan 14.15-24 “Si
me amáis, guardad mis mandamientos. Y yo rogaré al
Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el
Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le
conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en
vosotros. No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros. Todavía
un poco, y el mundo no me verá más; pero vosotros me veréis; porque yo vivo,
vosotros también viviréis. En aquel día vosotros
conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros. El
que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me
ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él. Le
dijo Judas (no el Iscariote): Señor, ¿cómo es que te manifestarás a nosotros, y
no al mundo? Respondió Jesús y le dijo: El que me
ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos
morada con él. El que no me ama, no
guarda mis palabras; y la palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que
me envió.”
Al estudiar los versículos de hoy del Evangelio de Juan, me
sentí avergonzado por no estar a la altura de las expectativas del Señor Jesús.
Es fácil decir:
“Señor, te adoro”, pero ha habido momentos en los que he usado
esas palabras al mismo tiempo que me he resistido a algo que Él estaba tratando
de inculcar en mi corazón.
La medida de nuestro amor es la obediencia a los
mandamientos y preceptos del Señor. Obedecer sus instrucciones es tan
importante que Jesús hizo hincapié en esto en el pasaje de hoy (Juan 15:
21-23). Pero esto no era tampoco un concepto nuevo para los discípulos.
Deberían haber estado familiarizados con la conexión bíblica entre el amor y la
obediencia (Nehemías 1.5; Daniel 9.4). De hecho, Dios siempre ha hecho hincapié
en que debemos obedecerlo para demostrarle nuestra devoción (Vea
Deuteronomio 8:11; 10:12; 13:3, 4).
Yo podría predicar mil sermones, y no amar a Dios. El
sometimiento a medias puede parecer bastante bueno a los demás, pero
el Señor conoce la diferencia. Podemos levantar las
manos en adoración, servir enérgicamente, apoyar a misioneros, e incluso
utilizar un lenguaje perfectamente cristiano.
Pero, a menos que le estemos
obedeciendo, lo más que le estamos demostrando es una dedicación tibia. Las
obras no prueban nada. Amar al Señor significa obedecerle.
La Biblia nos dice que el amor a Dios está ligado a la
obediencia. El Señor le dijo a Josué que meditara en las Escrituras día y
noche (Josué 1.8).
Hay que leer la Biblia cada día para poder saber
cómo obedecer, y así mantenernos
fiel y demostrar amor al Padre celestial.
(De Encontacto.org)
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