La creencia de que tener dinero equivale a tener éxito, es un error generalizado. Éxito verdadero significa llegar a ser lo que Dios quiere que uno sea, y hacer el trabajo que Él nos ha encomendado. Jesús dijo que el hombre de Lucas 12 fue un necio, porque pasó su vida procurando tener riquezas, pero no fue rico para con el Señor.
La actitud de idolatría por el dinero se revela por el deseo insaciable de tener más. Así pues, siempre que la preocupación por el dinero ocupa el primer lugar en nuestros pensamientos y comienza a dictar nuestras metas y nuestros deseos, podemos saber que hemos sucumbido al pecado de la avaricia.
Angustiarse por el dinero es, en realidad, una señal de advertencia de que no solo hemos puesto mal nuestras prioridades, sino también una falta de confianza en Dios.
El dinero es muy importante para la vida, pero nunca debe tomar un lugar más alto de lo que el Señor quiere. Todo le pertenece a Dios. Nosotros somos simplemente mayordomos de todo lo que Él nos confía, y un día daremos cuenta de cómo usamos lo que nos dio para administrar. Nuestra meta no debe ser volvernos ricos, sino ser hallados fieles.
En su gran sabiduría, el Señor ha dispuesto un remedio para nuestra tendencia a estimar demasiado al dinero. Darlo rompe las ataduras de la codicia, nos enseña a confiar en el Señor y obedecerle, y es una oportunidad por medio de la cual podemos acumular tesoros en el cielo.
Si su hambre por las riquezas de este mundo es más grande que las riquezas de conocer a Dios, está subiendo por la escalera equivocada del éxito.
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