Miércoles 12.06.2024
Nehemías 1.3, 4, 6 “Y me dijeron: El remanente, los que quedaron de la cautividad, allí en la provincia, están en gran mal y afrenta, el muro de Jerusalén derribado, y sus puertas quemadas a fuego. Cuando oí estas palabras me senté y lloré, e hice duelo por algunos días, ayuné y oré delante del Dios de los cielos. Esté ahora atento tu oído y abiertos tus ojos para oír la oración de tu siervo, delante de ti día y noche, por los hijos de Israel tus siervos; y confieso los pecados de los hijos de Israel que hemos cometido contra ti; sí, yo y la casa de mi padre hemos pecado”. Amén.
Consideremos a Nehemías, copero del rey de Babilonia. Lloró durante días cuando supo que los muros de Jerusalén habían sido destruidos, y que su pueblo estaba indefenso.
Mediante llanto, ayuno y oración, Nehemías permitió que su angustia lo acercara más a Dios. Su dolor era una afirmación de su fe, y de que solo Dios era capaz de restaurar.
Como cristianos, a veces pudiéramos interpretar la manifestación de dolor como falta de fe. Pero este ejemplo de Nehemías nos muestra que lamentarnos por lo que hemos perdido puede ser un acto de adoración.
Dios nos invita a aferrarnos a sus promesas, y a ofrecerle nuestras lágrimas como devoción, aunque sea lo único que nos quede.
Feliz día. ¡Dios te bendiga!
Evangelista
Wilda Messina
(Referencia: En.Contacto)
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