Colosenses 1.18-20
“Y Él (Jesucristo) es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, que es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia; por cuanto agradó al Padre que en Él habitase toda plenitud, y por medio de Él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz”.
Antes de conocer, y disponernos a honrar el sacrificio de Jesucristo, vivimos ejecutando hechos vergonzosos ante Dios, y con mucha incredulidad. Clamamos por paz, tratamos de encontrarla, pero los esfuerzos fracasan. Al poner la fe en el Salvador, todo eso cambia.
Al ser rescatados del dominio de las tinieblas, somos trasladados al reino de Cristo (Colos.1.13), y cada uno de nuestros pecados, perdonados. La justicia divina fue satisfecha por el sacrificio de Cristo, y quitada la ira de Dios de sobre nosotros. Luego que el poder del pecado es roto, se vive en armonía con Dios.
La historia del regreso del hijo pródigo es una ilustración de nuestra reconciliación con el Señor (Lucas 15.11-32). El hijo había decidido dejar a su padre, para vivir agradándose a sí mismo. Arrepentido, regresó finalmente al hogar; su padre lo recibió con gozo y lo perdonó, y hubo armonía entre ellos. Dios ha hecho todo eso también por nosotros.
La unidad con el Padre celestial fue pagada con gran precio: el sacrificio de su Hijo. Cristo dio su vida por ti y por mí, para que pudiéramos ser reconciliados con Dios.
Un verdadero cristiano dará testimonio de que el Señor Jesús es la fuente de su paz. ¡Recuérdalo!
Feliz día. ¡Y que Dios te bendiga!
Evangelista
Wilda Messina
(Referencia:
TPSH301117)
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