1er
libro de Samuel 18.5-9 “Y salía David a dondequiera
que Saúl le enviaba, y se portaba prudentemente. Y lo puso Saúl sobre gente de
guerra, y era acepto a los ojos de todo el pueblo, y a los ojos de los siervos
de Saúl. Aconteció que cuando volvían
ellos, cuando David volvió de matar al filisteo, salieron las mujeres de todas
las ciudades de Israel cantando y danzando, para recibir al rey Saúl, con
panderos, con cánticos de alegría y con instrumentos de música. Y cantaban las mujeres que danzaban, y
decían: Saúl hirió a sus miles, y David a sus diez miles. Y se enojó Saúl en gran manera, y le
desagradó este dicho, y dijo: A David dieron diez miles, y a mí miles; no
le falta más que el reino. Y desde
aquel día Saúl no miró con buenos ojos a David”.
Los celos consumieron al rey Saúl. Qué desagradable es ese tipo de emociones. Tanto para el que los muestra, como para quienes le son mostrados. ¡Es algo horrible!
Querer ser quien controle todo es insensato, además, trae resentimiento y amargura. Si eres de los que sufres de celos descontrolados, envenenas tus relaciones, y te haces hostil y airado… ¡Nadie querrá tenerte cerca!
Esto le sucedió al rey Saúl. Sus celos le llevaron a desconfiar de quien le servía con fidelidad. Su actitud celosa lo hizo irracional; tanto así, que arrojó una lanza a David mientras el joven tocaba (vs.12). En vez de agradecer la lealtad de David, le pagó con rencor y amenazas. David se vio obligado a huir (1 Sam. 23.15-26).
Los celos ni se excusan ni se justifican. Clama al
Señor que te examine y te muestre si existe en ti celos. De ser así, confiésalo
como pecado y pídele que te los arranque. ¡Comenzarás a ser libre y feliz! Y, los
demás, desearán tenerte cerca.
¡Feliz día. Dios te bendiga!
Evangelista
Wilda Messina
(Referencia: En.Contacto)
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