martes, 6 de marzo de 2018

“La intimidad con Dios”

Meditación 6.3.18

Isaías 6.1-4 “En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo. Por encima de él había serafines; cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban. Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria. Y los quiciales de las puertas se estremecieron con la voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo”.

La duración de una relación no siempre es un indicio adecuado de cercanía. Usted puede pasar toda una vida con una persona, pero no llegar a conocerla de verdad. Lo que se requiere para mantener una relación estrecha es la disposición de darnos a conocer tal como somos.

Esta misma verdad se aplica a nuestra relación con Dios. Por su parte, el Señor ya sabe todo acerca de nosotros: nuestros pensamientos, deseos, manera de actuar, valores y prioridades. También nos ha proporcionado todo lo necesario para que podamos conocerlo de verdad por medio de su Hijo. Pero, ¿estamos respondiendo a la revelación del Señor, o nos hemos conformado con un conocimiento superficial de Él?

El entendimiento que tenía el profeta Isaías acerca del Señor se profundizó de manera dramática cuando Dios se reveló “sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo”. La mente de Isaías quedó sobrecogida al saber que estaba en presencia del majestuoso Rey. Sus oídos resonaban con las exclamaciones de los serafines: “Santo, Santo, Santo, Jehová de los ejércitos”. Nada volvió a ser igual para Isaías después de eso. Estuvo dispuesto a hacer todo lo que el Señor le ordenara, sin importar adónde tuviera que ir, ni qué tarea realizar (vea Isaías 6.8).

Aunque es poco probable que tengamos una visión tan vívida del Señor, tenemos en nuestras manos la Palabra de Dios. Si nos sumergimos en ella, le dedicaremos tiempo y absorberemos las verdades que el Señor revela, y por tanto, nos acercaremos más a Él. El resultado será una mente y un espíritu alineado con la voz de Dios, sensibilidad a su presencia y obediencia.
(De Encontacto.org)

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