Meditación 24.01.18
Isaías 64.8
“Ahora pues, Jehová, tú eres nuestro padre; nosotros
barro, y tú el que nos formaste; así que obra de tus manos somos todos”.
Decidí dejarme guiar por el profeta Jeremías, quien
visitó el taller de un alfarero a petición de Dios (Jeremías 18.1-6). Por tanto, fui a un
instituto de arte para entender mejor la metáfora bíblica de Dios como el
Alfarero, y las personas como el barro. Esto fue lo que aprendí cuando entré al
salón lleno de tornos de alfarería.
El Alfarero tiene poder sobre la arcilla. Por tanto, puede hacer lo que desee con ella; de la misma manera Dios,
puede darnos forma. Aunque tratemos de resistir su mano moldeadora, Él trabaja
para lograr su propósito. El gran Alfarero se ha propuesto hacer un diseño
particular en nosotros, y tiene un plan para darnos forma.
El Alfarero trabaja el barro con paciencia. Puesto que Dios sabe que la madurez espiritual no se puede apresurar, Él
forma nuestro carácter cristocéntrico lentamente, con una experiencia a la vez.
Eso significa que Él debe también tener perseverancia, pues la arcilla
humana a veces se desviará del centro del torno y se deformará.
Así como el
barro solo puede ser moldeado cuando está exactamente en el centro del torno, los
creyentes deben estar dentro de la voluntad de Dios para crecer espiritualmente.
Dios maniobra con el creyente que se desvía para ponerlo de nuevo en la
posición. No desecha sus vasijas, sino que trabaja sin descanso para
perfeccionarlas.
Dios es un Alfarero cuyas creaciones reflejan su
personalidad y su carácter. Su Espíritu se derrama en nosotros para ser parte
íntima de nuestra vida. El resultado es una obra de verdadera belleza, una
vida santa dedicada del todo a Dios.
(De Encontacto)
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