Meditación 25.10.17
Mateo 6.9-15 “Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos,
santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el
cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y
perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros
deudores. 13 Y no nos metas en tentación, más líbranos del mal;
porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén.
Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros
vuestro Padre celestial; más si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco
vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas”.
Perdonar a quienes nos han herido es una de las tareas
más difíciles. El tener simplemente el deseo de obedecer a Dios, o de
decir las palabras correctas, no cumple necesariamente la tarea. Los recuerdos
y el dolor pueden permanecer en la mente, haciéndonos sentir que somos víctimas
de una injusticia y despertando ira en nosotros.
Aunque tenemos la responsabilidad de tomar la iniciativa
después de haber sido heridos, perdonar es un proceso. Hay que empezar
de inmediato para evitar que se desarrolle una raíz de amargura. Pero
recuerde que cuanto más profunda sea la herida, más tiempo necesitará para
poder perdonar. Nunca se desanime, porque el Señor estará con usted en cada
paso del camino.
Arrepentirse ante Dios es el inicio del proceso. Venga ante Él, confesando cualquier resentimiento y reconociéndolo como
pecado. Al poner su ira y su dolor delante del Señor, permita que Él
comience a sanar su corazón herido.
A veces, el proceso puede también implicar ir a la
persona que le ofendió, y confesarle su actitud pecaminosa hacia ella. Este
es un momento, no para acusar o detallar las faltas de la otra persona, sino
simplemente para reconocer las suyas. Aunque la falta cometida contra usted
puede parecer mayor que su actitud de no perdonar a la otra persona, evite la
tentación de “jerarquizar” las faltas. Deje el juicio a Dios.
El perdón da libertad de la turbación que acompaña
el resentimiento. Al ocuparse del proceso, usted comenzará a ver con ojos de
compasión a la persona que le hirió. Al final, podrá dar gracias a Dios por
la oportunidad de aprender a perdonar y de vivir en su gracia abundante.
(Encontacto.org)
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