Meditación 20.10.17
Te invito a leer en Filemón 1.1-21
A veces, una situación difícil puede hacernos
desear huir. A menos que mantengamos los ojos fijos en Cristo y nuestra
confianza anclada en la Palabra de Dios, la desesperación por encontrar alivio
nos tentará a tomar el asunto en nuestras propias manos. Eso fue lo que hizo
Onésimo. Era uno de los millones de esclavos que había en el Imperio romano, y
llegó el día en que decidió que ya estaba harto. Pero no solo huyó, sino que
también robó a su amo.
Aunque Onésimo pensó que estaba trazando su
propio curso huyendo a Roma, Dios dirigió su camino hacia el apóstol Pablo,
quien lo condujo a Cristo. En su intento por liberarse, Onésimo descubrió la
alegría de convertirse en un devoto siervo de Cristo.
Ahora Jesús era su
Maestro y su Señor, y eso significaba que tenía que corregir su falta y
regresar a su amo terrenal. Puesto que los esclavos fugitivos enfrentaban la
pena de muerte, Pablo intercedió en su favor con una carta a su amo Filemón, un
creyente que, al parecer, él había conducido a la fe.
Hasta cierto punto de su vida, Onésimo no
había cumplido con su nombre, que significa “útil” o “provechoso” (Fil. 1.11). Pero Cristo
cambió su vida, y lo convirtió en un “hermano amado” que sirvió a Pablo durante
el encarcelamiento del apóstol (Fil. 1.16).
La historia de Onésimo demuestra cómo trabaja
la mano soberana de Dios, incluso cuando estamos decididos a ser nuestro propio
amo. Una vez que nos arrepentimos y nos rendimos al Señor, Él redime
nuestros fracasos y los usa para su gloria. Las cosas que recordamos con
vergüenza ahora se convierten en ejemplos de la gracia y del poder de Dios para
transformar vidas.
(EnContacto.org)
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