Meditación 11.10.17
Efesios 4.30-32 “Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el
cual fuisteis sellados para el día de la redención. Quítense de
vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia.
Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros,
como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo”.
En una vida recta no hay lugar para el enojo constante,
ya sea en forma de rabia o de resentimiento. La furia que nos endurece el
corazón se convierte en un bastión para Satanás.
El método carnal para “curar” el enojo es, o bien darle
rienda suelta (con la rabia), o bien suprimirlo (con el resentimiento). Ninguna
de las dos opciones resuelve el problema o hace que la persona airada se sienta
mejor. La manera en que Dios se ocupa de este peligroso sentimiento elimina el
enojo, y hace libre al creyente. Como nos recuerda el pasaje de hoy, debemos
dejar “toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia” (Efesios 4.31). Pero, para ello, es
necesario que reconozcamos que existen en nuestra vida. Ya sea que estemos
molestos con nosotros mismos, con otra persona, o con Dios, tenemos que aceptar
la responsabilidad por ese sentimiento. Simular que no existe, o que de alguna
manera uno nunca se aíra, no sirve de nada. Si siente algún enojo, reconózcalo
y después identifique su origen.
He aquí preguntas que le ayudarán a identificar el origen
de su enojo:
- ¿Por qué estoy enojado?
- ¿Contra quién está dirigido mi enojo?
- ¿Qué me hizo sentir de esta manera?
- ¿Dónde o cuándo comenzó mi enojo?
- ¿He tenido este enojo durante mucho tiempo?
Una vez que conozcamos la fuente de nuestro enojo, es
tiempo de perdonar. La furia y la falta de perdón van a menudo de la mano, y
son un pesado fardo que le debilitarán. Dejar el enojo significa caminar con
paso ligero dentro de la voluntad de Dios.
(Encontacto.org)
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