30/11/16
Te
invito a leer en Eclesiastés 2.1-23. "Dije yo en mi corazón: Ven
ahora, te probaré con alegría, y gozarás de bienes. Más he aquí esto también
era vanidad...".
El rey
Salomón no fue solo el hombre más sabio que haya existido (1 Reyes 3.12);
también fue bendecido con riquezas inimaginables y con el privilegio de
construir el templo de Dios. Por tanto, es de esperar que supiera lo que era la
satisfacción profunda.
En la
búsqueda de esa satisfacción profunda, Salomón se dedicó a incursionar en toda
clase de cosas. Eclesiastés nos dice que se entregó a los placeres del
mundo, interesándose incluso en actividades que sabía que eran una locura, para
ver si había algo que valiera la pena en ellas. Pero la satisfacción que
buscaba Salomón lo esquivaba, y llegó a la conclusión de que la
autocomplacencia no tenía ningún valor.
Para sentir
satisfacción, el rey buscó la realización personal. Emprendió grandes
proyectos, tales como la construcción de casas para él, el mejoramiento de su
entorno con jardines y parques y llevó a cabo un vasto proyecto de irrigación (Eclesiastés 2.4-6).
El
rey tenía todo lo que podía necesitar para disfrutar de la vida, pero al final
llegó a la conclusión que nada de esas cosas tenían sentido.
La historia
nos resulta familiar, ¿verdad? Nuestro mundo tiene muchas personas educadas
y exitosas, pero también muy descontentas con la vida. Nuestra cultura
persigue el placer y no acepta límites. Lamentablemente, esa falta de
moderación ha arruinado innumerables vidas. Salomón tenía la sabiduría y
los recursos para lograr todo lo que quisiera hacer. Pero los objetivos que
persiguió no le dieron ninguna satisfacción.
Llegó
a la conclusión que lo mejor era obedecer a Dios (Eclesiastés 12.13). El
gozo verdadero se tiene cuando nos ajustamos a la voluntad de Él.
(Referencia: En.Contacto)
(TPSH 22.08.22)
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