Meditación 18.11.16
1 Timoteo 1.12-17 "Doy gracias al que me fortaleció, a Cristo Jesús nuestro Señor, porque me tuvo por fiel, poniéndome en el ministerio, habiendo yo sido antes blasfemo, perseguidor e injuriador; más fui recibido a misericordia porque lo hice por ignorancia, en incredulidad. Pero la gracia de nuestro Señor fue más abundante con la fe y el amor que es en Cristo Jesús. Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero. Pero por esto fui recibido a misericordia, para que Jesucristo mostrase en mí el primero toda su clemencia, para ejemplo de los que habrían de creer en él para vida eterna. Por tanto, al Rey de los siglos, inmortal, invisible, al único y sabio Dios, sea honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén".
Nuestra vida es un desastre sin Dios. Por nuestra naturaleza imperfecta caminamos por sendas equivocadas a lo largo de nuestra existencia. El castigo por el pecado es la muerte y la separación eterna de Dios. Nadie está exento de esta verdad bíblica; y no hay nada que podamos hacer para cambiarla.
Pero entra en escena la gracia, el favor inmerecido de Dios. No podemos hacer nada para ganarla. Él nos bendice de acuerdo con su benevolencia, más allá de lo que hayamos hecho.
Pensemos en Pablo, cuyo propósito original fue perseguir y destruir a cualquiera que invocara el nombre del Señor Jesús. El apóstol tuvo un papel importante en la violencia dirigida contra los cristianos y, en sus propias palabras, era “el primero” de los pecadores. Nada de lo que hizo merecía el amor de Dios.
Sin embargo, la gracia divina llevó al Todopoderoso a alcanzar y perdonar a este infame fanático que blasfemaba el nombre de Jesús. Dios lo convirtió amorosamente en un hombre que se dedicó a compartir el mensaje del evangelio. Pablo es un hermoso ejemplo de la gracia de Dios.
No podemos hacer suficientes buenas obras para ganar nuestra entrada al cielo. La salvación es posible solo por la gracia. Cristo murió en la cruz y solo Él merece el reconocimiento por nuestra redención.
La muerte de Jesucristo cubrió los pecados de toda la humanidad. No hay transgresión que Él no pueda perdonar. No podemos añadir nada a su acto de expiación; lo único que podemos hacer es recibir este regalo. Si ponemos nuestra fe en Cristo, Dios nos salvará y nos hará sus hijos para siempre.
(De Encontacto)
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