Meditación 01/08/16
Romanos 6.22-23 "Más ahora que habéis
sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tienes por fruto la
santificación, y como fin, la vida eterna. Porque la paga del pecado es muerte,
más la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro".
En el momento que confiamos en Jesús como Señor y
Salvador, iniciamos una vida de fe. Es decir, vivimos con la seguridad de
que Dios es quien dice ser, y que hará todo lo que promete. La salvación
es instantánea, pero se necesita toda una vida para aprender y comprender lo
que eso implica.
En cuanto somos salvos (decididos
a que sea Jesús nuestro modelo), Dios comienza el proceso de santificación,
enseñándonos a ser como Él. Es un proceso que toma tiempo; es aprender a andar por fe, confiando en lo que no
podemos ver.
Aun cuando el Espíritu de Dios vive en nosotros, luchamos con nuestra
carne. Si bien deseamos hacer lo que Dios dice y ver lo que Él ve,
flaqueamos debido a nuestra naturaleza pecaminosa y luchamos con
nuestras propias fuerzas, de acuerdo con nuestro razonamiento. De
manera que, debemos decidir -cada día- seguir la dirección de Dios.
Una de las cosas más importantes para madurar en la
fe es aprender a escuchar a nuestro Padre celestial. Puesto que
hacerlo no es una tendencia natural, es necesaria la disciplina. Lo
mejor: Fijar una hora específica -cada
día- para meditar en la Palabra de Dios.
Espere -con ansias- que Jesús le hable, y escuche lo que
Él le diga. Escriba notas en su Biblia, asentando la fecha y lo
que el Señor le ha inspirado. Después, aplique
la verdad que ha aprendido y observe los resultados.
Escuchar la voz de Dios y estar en armonía con su
Espíritu es vital para andar por fe. Pero estas cosas no ocurren por
casualidad, requieren persistencia. Al igual que con el ejercicio
físico, cuanto más fortalecemos nuestros
“músculos” espirituales, más natural será en nosotros el proceso.
(De Encontacto.org)
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