lunes, 4 de abril de 2016

"El privilegio de conocer a Dios"

MEDITACIÓN 4.4

Filipenses 3.7-11 "Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo.  Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe,  a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte,  si en alguna manera llegase a la resurrección de entre los muertos".
A pesar de que conocemos mucha gente durante nuestra vida, a veces nos sentimos especialmente privilegiados por haber conocido a ciertas personas, como a un creyente que nos haya inspirado, un héroe de la infancia, o alguien que nos haya ayudado en tiempo de necesidad. No obstante, por más maravilloso que haya sido tener a estas personas especiales en nuestra vida, el privilegio más grande de todos es conocer a Dios. Aun conocer a esas personas extraordinarias no podrá darnos el gozo y la satisfacción que anhelamos. Es por eso que, con frecuencia, buscamos la aceptación del mundo pues olvidamos el tesoro de conocer verdaderamente al Dios vivo.
A menudo, las personas son “salvas” y quedan satisfechas con este primer paso —el conocimiento de unas pocas verdades acerca de Dios es suficiente para ellas. Si se les pregunta: “¿Conocen a Dios?”, la mayoría diría que sí. Pero hay una gran diferencia entre conocer verdades acerca de Dios, y tener una relación personal con Él. Los creyentes debemos estar cada vez más cerca del Padre —aprendiendo acerca de quién es Él y lo que considera importante.
Mientras vivamos dependiendo de nosotros, nunca conoceremos realmente a Dios; Él se mostrará a un corazón humilde y transparente, no a uno lleno de orgullo y arrogancia. Es en nuestro quebrantamiento e impotencia que descubrimos quién es el Señor.
¿Tiene hambre genuina de conocer a Dios? Si es así, pregúntele: “¿Quién eres, Señor? ¿Cómo eres?” Después, ábrale su corazón, no por Él —pues ya le conoce a usted perfectamente— sino por su propio bien. Al pasar tiempo con el Señor, descubrirá cuán privilegiado es de verdad.

(De Encontacto.org)

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