MEDITACIÓN 26.2
Tito 2.11-14 "Porque la
gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres,
enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos
en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza
bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador
Jesucristo, quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda
iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas
obras."
El pecado no tiene favoritos. Ataca a todo el mundo, sin
tener en cuenta edad, raza o condición económica. No importa la forma que tome,
siempre nos tienta para que hagamos nuestra voluntad. La rebelión es dañina y
atractiva, y la repetición de conductas pecaminosas nos esclaviza.
La desobediencia comienza en nuestra mente. Una
vez que la mente se involucra, la influencia se extiende a nuestra conducta y
avanza hasta que finalmente estamos más afianzados en ella de lo que jamás
imaginamos. Todo el proceso esta impregnado por engaño. Nos decimos que lo que
hacemos no tiene nada de malo. Al fin y al cabo, todo el mundo se comporta
igual.
Las exigencias del pecado siguen aumentando; sus beneficios son
solo a corto plazo. Al final, experimentamos vacío en vez de satisfacción, dolor en
vez de bienestar y pérdidas en vez de ganancias. El pecado divide nuestra mente
y nuestras emociones. Entonces pasamos menos tiempo cumpliendo con nuestras
responsabilidades, y más satisfaciendo nuestras ansias. También nuestro interés
y nuestra preocupación por los demás se reducen. Con el tiempo, los sentimientos
de culpa y de haber sido engañados hacen sentir sus efectos y llevan a deseos
autodestructivos.
La fe en Cristo nos libra de la dominación del pecado. Por
medio del Espíritu Santo tenemos el poder de rechazar los hábitos que nos
controlan. El camino hacia la libertad comienza con la confesión, seguida
por el reconocimiento de que no podemos detenernos por nuestra cuenta y,
finalmente, con el compromiso a seguir la dirección de Dios. La
lucha puede ser fuerte, pero en Jesús la victoria es segura (1 Corintios 15.57).
(De
Encontacto.org)
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