MEDITACIÓN 12.2
Filipenses 2.7-9 "sino que se despojó a sí mismo,
tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; 8 y
estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente
hasta la muerte, y muerte de cruz. 9 Por lo cual Dios
también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo
nombre"
Cuando
se trata de servir en la iglesia, las personas rara vez piden cargos donde
pasarán desapercibidos. Generalmente, piden que los involucren en posiciones de
liderazgo. No tiene nada de malo presidir un comité, pero Dios nos llama a
tener el corazón de un siervo: desea que nuestra motivación sea glorificarlo.
A lo
largo de los años, he tenido muchas conversaciones con jóvenes que estudian
teología. Innumerables veces me han expresado el deseo de estar al frente de
una iglesia grande. Y quienes son llamados por una congregación pequeña luchan
con frecuencia con el sentimiento de que no son importantes.
Mi
palabra de ánimo para ellos es la siguiente: Dios nos pone donde Él quiere que
sirvamos pues nos ama; y en cada tarea que realicemos debemos darnos por
completo, ya sea una sola persona o una multitud la que nos escuche. En última
instancia servimos a Jesús, y a Él no le preocupa el reconocimiento que
recibamos. Él desea nuestra obediencia y nuestro mejor esfuerzo. Y esto es
cierto no solo para los pastores, sino también para todos los creyentes.
Son
muchas las razones por las que el Señor nos llama a servir. Primero, nos libra
de la soberbia y la egolatría para que nos enfoquemos en Él. Segundo,
proclamamos nuestro amor a Cristo por medio de nuestro interés por los demás.
Tercero, Dios prueba y purifica nuestros corazones por medio del servicio.
¿Cómo
define usted el éxito?
Una respuesta común es “el logro de objetivos predeterminados”. Pero la
definición de la Biblia es diferente. El Señor desea que descubramos su plan,
le obedezcamos y lleguemos a ser todo lo que Él se ha propuesto que seamos.
(De
Encontacto.org)
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