MEDITACIÓN 18.2
Hechos 6.4 "Y nosotros persistiremos
en la oración y en el ministerio de la palabra."
Moisés escuchó la voz de Dios desde una
zarza ardiente (Éxodo 3). Isaías tuvo
una visión del trono celestial (Isaías 6). Sin embargo, la mayoría de
quienes obedecen al Señor para ir al campo misionero reconocen su llamado
constante. Es un susurro en su espíritu que les dice: “¿Cómo oirán sin haber
quien les predique?” (Romanos 10.14).
Es mejor si el Señor no tiene que utilizar
un recurso severo para captar nuestra atención. Piense en el obstinado Saulo,
quien necesitó que el Señor lo cegara temporalmente para ponerlo en el campo
misionero (Hechos 9.3-9; 26.13-18). ¡Prefiero escuchar el silbo apacible y
delicado del Señor! (1Reyes 19.12).
Podemos tratar de ignorar el impulso en el
corazón, evadir la pregunta con actividades o satisfacerlo dando dinero, en vez
de aceptar la invitación. Algunos la rechazan, pero el llamado sigue allí. La voluntad de Dios es definitiva y su plan es firme. A
pesar de que podemos correr, no podemos escapar de su llamado a obedecer
(Jonás 1.1; 3.1).
El sendero de la obediencia
se caracterizará, sin duda, por los desafíos. Pero las dificultades son parte de la
vida: en el hogar o en el extranjero, en el trabajo misionero o en el trabajo
secular. Por fortuna, las recompensas son
mayores que cualquier dificultad. Recuerde que Cristo le prometió a
Pedro un rendimiento centuplicado por su inversión en el reino (Marcos 10.28-30).
Llevar el evangelio es una gran oportunidad
de servir a Dios. ¿Qué mejor manera de darle las gracias por salvarnos y por
escribir nuestro nombre en el libro de la vida? Si
el silbo apacible y delicado del Señor le está llamando, acéptelo, y vea qué
obra tan maravillosa podrá Él hacer por medio de usted.
(De
Encontacto.org)
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