MEDITACIÓN 15 DIC.
2 Timoteo 1.6-12 "Por lo cual te aconsejo
que avives el fuego del don de Dios que está en ti por la imposición
de mis manos. Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de
poder, de amor y de dominio propio. Por tanto, no
te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor, ni de mí, preso
suyo, sino participa de las aflicciones por el evangelio según el poder de
Dios, quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras
obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo
Jesús antes de los tiempos de los siglos, pero que ahora ha sido manifestada
por la aparición de nuestro Salvador Jesucristo, el cual quitó la muerte y sacó
a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio, del cual yo fui constituido
predicador, apóstol y maestro de los gentiles. Por lo cual asimismo padezco
esto; pero no me avergüenzo, porque yo sé a quién he creído, y estoy seguro que
es poderoso para guardar mi depósito para aquel día"
El apóstol Pablo comprendía la
enorme responsabilidad que tenía al haberle sido confiado el anunciar el
evangelio. Puesto que consideraba a este llamado una mayordomía de la que un
día rendiría cuentas al Señor, estuvo dispuesto a sufrir por causa de Cristo
para cumplir la tarea. Como creyentes, tenemos
esta misma obligación de llevar el evangelio a cualquier persona que Dios ponga
en nuestra vida.
El
apóstol Pablo se sentía obligado a hablar a las personas acerca de Cristo.
De hecho, él dijo: “Ay de mí si no lo hago” (1 Corintios 9.16). Sin
importar cómo lo trataban, no se avergonzaba del mensaje de Cristo. El
profeta Jeremías tuvo una experiencia semejante (Jeremías 20.7-9).
Aunque se convirtió en el hazmerreír de todos y fue perseguido por comunicar
el mensaje del Señor acerca del juicio venidero, descubrió que el no hablar le
creaba una sensación interior peor, como un fuego en sus huesos (v. 9).
Es
posible que no queramos amonestar a las personas sobre el juicio de Dios por
temor a alejarlas de Él. Pero, en realidad, los
perdidos ya están alejados del Señor y necesitan escuchar su ofrecimiento de
perdón. Pablo estuvo dispuesto a morir por proclamar el mensaje, pero
nosotros muchas veces no estamos dispuestos siquiera a enfrentar un poco de
vergüenza a fin de compartir nuestra fe.
Estamos rodeados de personas hambrientas, y no saben de qué. Pero nosotros tenemos la respuesta a su necesidad, y la responsabilidad
de darla. Nunca se avergüence de dar la mejor noticia que se haya ofrecido a la humanidad. Ella tiene el poder de cambiar el destino eterno de una persona. (De Encontacto.org)
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