MEDITACIÓN 23 NOV
Juan 8.1-11 "Y Jesús se fue al
monte de los Olivos. Y por la mañana volvió al templo, y todo el pueblo vino a él;
y sentado él, les enseñaba. Entonces los escribas y los fariseos le trajeron
una mujer sorprendida en adulterio; y poniéndola en medio, le dijeron: Maestro,
esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio. Y en la ley nos
mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices? Mas esto decían
tentándole, para poder acusarle. Pero Jesús, inclinado hacia el suelo, escribía
en tierra con el dedo. Y como insistieran en preguntarle, se enderezó y les
dijo: El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra
contra ella. E inclinándose de nuevo hacia el suelo, siguió escribiendo en
tierra.Pero ellos, al oír esto, acusados por su conciencia, salían uno a uno,
comenzando desde los más viejos hasta los postreros; y quedó solo Jesús, y la
mujer que estaba en medio. Enderezándose Jesús, y no viendo a nadie sino a la
mujer, le dijo: Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó?
Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no
peques más."
La culpa por algo que viola la
conciencia es un sentimiento normal. Sin embargo, vivir bajo una nube de
remordimiento sin una razón clara no lo es. El Señor creó los sentimientos de
culpabilidad y remordimiento para que sirvieran como recordatorios de que hemos
hecho algo malo, y que necesitamos arrepentirnos. Pero Satanás usa tales
sentimientos para tener cautivas a las personas, pues quienes viven con un
sentimiento de culpa no están seguras del amor de Dios.
La culpa buena —la herramienta
efectiva del Señor para impulsar al arrepentimiento— es un regalo que nos ayuda
a encontrar la senda correcta. Pero el diablo estimula la culpa falsa, que
implica hacernos responsables por cosas que están fuera de nuestro control,
y sufrir autocondenación por no ser capaces de cambiar las consecuencias. Este
tipo de culpa es también un problema generalizado de quienes están en iglesias
legalistas o que tienen ciertos estilos de vida; ciertas actitudes o
pensamientos son considerados pecaminosos, y entonces las personas se sienten
avergonzadas por hacer o pensar en esas cosas.
La autocondenación le impide a
las personas el desarrollo de una relación con Cristo. Atrapadas por la
culpa, temen ser rechazadas. La confianza en sí mismas es casi imposible,
porque están esperando que la condenación de Dios caiga sobre ellas.
El Señor no vino para acusarnos
o condenarnos. Cristo regeneró nuestra alma y nos hizo justos delante de
Dios, y por eso nuestra culpa ha sido quitada. Si nuestro Salvador perdonó a
la mujer sorprendida en adulterio, piense en cuán dispuesto está Él a quitar
nuestro sentimiento de culpa.
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