Romanos 8.11-14
“Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús
mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará
también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros. 12 Así
que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la
carne; 13 porque si vivís conforme a la carne,
moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne,
viviréis. 14 Porque todos los que son guiados
por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios.”
La lectura de ayer mostró pruebas bíblicas de que el Espíritu
Santo es una persona. Pero un error muy persistente lo presenta como una
especie de fuerza abstracta. La creencia subyacente es que “el poder del
Espíritu Santo” es algo que los cristianos ejercen por sí mismos. Pero, en
realidad, la frase se refiere a la actividad de Él en la vida del creyente.
Jesús fue muy claro cuando dijo a sus discípulos que no
estarían listos hasta que recibieran poder de lo alto (Lucas 24.49).
Se necesitan dos —el creyente y el Espíritu Santo—para vivir en
victoria. Él viene a morar en nosotros en el momento que recibimos el
perdón de Cristo por nuestros pecados. De allí en adelante, la
tarea del Espíritu es preparar a los creyentes para su ministerio diario de
mostrar al Señor al mundo.
Cuando el apóstol Pablo dijo: “Todo lo puedo en Cristo que me
fortalece”, estaba hablando de la presencia interior del Espíritu Santo (Filipenses 4.13).
Lo que esto significa es que en el creyente hay fuente de poder.
El Espíritu
obra por medio de las personas para llevar a cabo lo que es imposible que ellas
logren por sí solas. De hecho, la Biblia dice que Él es “poderoso para hacer
todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos” (Efesios 3.20).
Lo cual Pablo demostró con su fértil ministerio.
(De Encontacto.org)
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