Meditación 20.5
Lectura bíblica en 2 Timoteo
1.7
“7 Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de
poder, de amor y de dominio propio.”
Por medio de la Palabra, el Señor nos da
evidencias de que muchas personas sufrieron de ansiedad —incluso los
considerados pilares de la fe. Por ejemplo, podemos deducir que el apóstol
Pablo debió haber sentido temor, puesto que Dios le dijo: “No tengas miedo;
sigue hablando” (Hechos
18. 9).
El hecho de que el temor sea común no
significa que proceda de Dios (2
Timoteo 1.7). Por supuesto, ciertas situaciones —como oír un ruido
ensordecedor cuando estamos solos— provocarán una respuesta de temor. Pero el Señor no quiere que vivamos con una ansiedad permanente.
Entre las preocupaciones normales están el
miedo a la muerte, pobreza, enfermedad, vejez, crítica y pérdida de un ser
querido. ¿Por qué nos resulta tan difícil dar por terminadas nuestras
ansiedades, aunque el Señor dice: “No temáis” (Lucas
12. 7)? Porque la ansiedad puede estar arraigada profundamente en nuestra
manera de pensar.
A veces, ella se deriva de sentimientos de insuficiencia, de
culpa, o de una percepción equivocada en cuanto a Dios. No es raro que la
inseguridad en la infancia se convierta en falta de confianza más tarde en la
vida. Las experiencias del pasado pueden ser otro factor. Por ejemplo, una
persona que ha perdido a uno de sus padres en un accidente vial, probablemente
sea más propenso a padecer de ansiedad.
Pero, no importa la
causa, la ansiedad quitará nuestra mirada de nuestro omnipotente y
misericordioso Padre celestial, para centrar nuestra atención en nuestras circunstancias.
Por eso, no es de extrañar que el Señor nos recuerde constantemente que no
debemos temer. Él quiere que sus hijos se
sientan seguros en su poder y en su fidelidad.
(De Encontacto.org)
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