Lectura bíblica en 1 Samuel 13.1-14
El orgullo es una condición de toda la humanidad. La pobreza
no nos protegerá de él. Tampoco la edad, las habilidades o la experiencia.
Pensemos en Saúl, a quien el profeta Samuel reveló que era el
líder que Dios había escogido para la nación de Israel. La Biblia describe a Saúl
como un joven impresionante y apuesto, sin igual entre los hijos de Israel
(1Samuel 9.2). En su nueva posición, Saúl debía obedecer las instrucciones del
Señor para ese rol. Recibió la promesa de que el Espíritu Santo vendría sobre
él, y que le daría su poderosa ayuda (1Samuel 10:6-7).
Nuestro Padre celestial nos trata de una manera parecida. Nos
ha escogido para pertenecer a su familia, tiene un plan para nuestra vida y un
trabajo especial para que desempeñemos (Efesios 2.10). El Espíritu Santo habita
dentro de nosotros para guiarnos y capacitarnos, de modo que llevemos a cabo
los planes del Señor, pero a nosotros nos corresponde obedecer.
Para tener éxito, Saúl necesitaba recordar varias cosas.
Primero, su autoridad venía de Dios. Además, sus responsabilidades incluían dar
cumplimiento al plan del Señor, obedecerlo y guiar al pueblo con su ejemplo.
Como muchos de nosotros hoy, Saúl actuó como si el control fuera de él, no del
Señor. Permitió que la presión de la situación tuviera prioridad sobre la obediencia.
Por su orgullo, violó la ley de Dios, y ejerció responsabilidades sacerdotales
que no le correspondían.
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