Salmos 19.12-14
“¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos (mis
errores). Preserva también a tu siervo de las soberbias; Que no se
enseñoreen de mí (los errores y ni la soberbia) Entonces seré
íntegro, y estaré limpio de gran rebelión. Sean gratos los dichos de mi boca y
la meditación de mi corazón delante de ti, Oh Jehová, roca mía, y redentor mío”
Nuestras palabras pueden ser herramientas para hacer mucho
bien. Por ejemplo, podemos hablar a nuestro Padre celestial a favor de nosotros
mismos y de otros; podemos comunicar la verdad de Jesucristo y cantar
alabanzas; podemos capacitar, motivar, animar y alertar; y podemos expresarnos
lealtad unos a otros.
Sin embargo, nuestras palabras tienen también el poder de
hacer daño. Se comienza normalmente con algo pequeño —un comentario breve
acerca de un conocido. A veces, podemos expresar nuestra opinión de una manera
acusadora o, por curiosidad, hacer una pregunta que provoque una respuesta
negativa. Las preguntas y los comentarios que hacemos pueden sembrar semillas
de duda y desconfianza que dañen la reputación de otra persona. Otra palabra
para esto es “chisme”.
Dios habla fuertemente en contra del chisme–separa a los
amigos íntimos, traiciona la confianza y provoca disensiones. Observe cómo identifica
Dios a los acompañantes del chisme: Romanos 1.29, 30
los describe con términos tales como injusticia,
perversidad y avaricia, y también como detractores y aborrecedores
de Dios. El Señor toma en serio nuestras palabras.
Pídale al Espíritu Santo que le muestre la verdad en cuanto a
las palabras que usted usa, y que ello transforme cualquier actitud del corazón
que pueda incitar al chisme. “De la abundancia del corazón habla la boca” (Mateo 12.34).
Sea alguien que proteja la reputación de otros, ya sean familiares, compañeros
de trabajo, creyentes o no. Sea una bendición con sus palabras.
(De Ministerios en Contacto)
TPSH 06.04.22
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