Apocalipsis
21.22—22.7 “Y
no vi en ella templo; porque el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y
el Cordero. 23 La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna
que brillen en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su
lumbrera. 24 Y las naciones que hubieren sido salvas andarán a
la luz de ella; y los reyes de la tierra traerán su gloria y honor a ella. 25 Sus
puertas nunca serán cerradas de día, pues allí no habrá noche. 26 Y
llevarán la gloria y la honra de las naciones a ella. 27 No
entrará en ella ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira, sino
solamente los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero.
22 Después me mostró un río limpio de agua de vida, resplandeciente
como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero. 2 En
medio de la calle de la ciudad, y a uno y otro lado del río, estaba el árbol de
la vida, que produce doce frutos, dando cada mes su fruto; y las hojas del
árbol eran para la sanidad de las naciones. 3 Y no habrá
más maldición; y el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos
le servirán, 4 y verán su rostro, y su nombre estará en
sus frentes. 5 No habrá allí más noche; y no tienen
necesidad de luz de lámpara, ni de luz del sol, porque Dios el Señor los
iluminará; y reinarán por los siglos de los siglos. 6 Y
me dijo: Estas palabras son fieles y verdaderas. Y el Señor, el Dios de los
espíritus de los profetas, ha enviado su ángel, para mostrar a sus siervos las
cosas que deben suceder pronto. 7 !!He aquí, vengo pronto!
Bienaventurado el que guarda las palabras de la profecía de este libro (La
Biblia). “
La muerte es inevitable.
El ladrón en la cruz sabía cuándo ocurriría la suya, pero la mayoría de
nosotros no podemos predecir la nuestra. Después de su muerte, el criminal
crucificado fue a vivir en el paraíso con el Señor. De la misma manera, habrá
quienes vivirán eternamente en la presencia de Dios, y quienes sufrirán el
tormento eterno, separados de Él por toda la eternidad.
Si ponemos nuestra fe en el Señor Jesús como Salvador, el
castigo que merecemos por nuestro pecado es pagado, somos adoptados en la
familia de Dios, y el cielo es nuestro hogar eterno. Pero si rechazamos al
Señor Jesús, nos mantenemos alejados de Dios y bajo condenación por nuestro
pecado, destinados a enfrentar la condenación eterna. Dios no prestará oídos a
ninguna excusa, porque no hay ninguna defensa aceptable por la incredulidad (Hechos 4.12).
Únase a la familia de Dios, hoy mismo.
Reconozca su pecaminosidad y declare su fe orando de la siguiente manera:
“Señor, he pecado contra ti; he seguido mi propia voluntad, y he rehusado darte
el derecho de gobernar mi vida (Romanos 3.10-12, 23).
Reconozco que estoy separado de ti, y que no puedo salvarme a mí mismo. Creo
que Jesucristo es tu Hijo. Acepto que su muerte en la cruz pagó toda mi deuda
de pecado, y te pido que me perdones (1 Corintios 15. 3,
4; 1 Juan 1.9).
Por fe, recibo al Señor Jesús como mi Salvador personal en
este momento”. Si usted hizo esta oración a Dios, entonces, al igual que el
ladrón en la cruz, ha recibido la salvación, un regalo de la gracia de Dios.
¡Gracias al Señor Jesús, el derecho a entrar en el paraíso le
pertenece ahora! (De Ministerios en Contacto)
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