martes, 9 de diciembre de 2014

“El Derecho a Entrar al Paraíso”

Apocalipsis 21.22—22.7  “Y no vi en ella templo; porque el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero. 23 La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera. 24 Y las naciones que hubieren sido salvas andarán a la luz de ella; y los reyes de la tierra traerán su gloria y honor a ella. 25 Sus puertas nunca serán cerradas de día, pues allí no habrá noche. 26 Y llevarán la gloria y la honra de las naciones a ella.  27 No entrará en ella ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira, sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero.  22  Después me mostró un río limpio de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero.  En medio de la calle de la ciudad, y a uno y otro lado del río, estaba el árbol de la vida, que produce doce frutos, dando cada mes su fruto; y las hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones.  Y no habrá más maldición; y el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le servirán,  y verán su rostro, y su nombre estará en sus frentes.  No habrá allí más noche; y no tienen necesidad de luz de lámpara, ni de luz del sol, porque Dios el Señor los iluminará; y reinarán por los siglos de los siglos.  Y me dijo: Estas palabras son fieles y verdaderas. Y el Señor, el Dios de los espíritus de los profetas, ha enviado su ángel, para mostrar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto. !!He aquí, vengo pronto! Bienaventurado el que guarda las palabras de la profecía de este libro (La Biblia).

La muerte es inevitable. El ladrón en la cruz sabía cuándo ocurriría la suya, pero la mayoría de nosotros no podemos predecir la nuestra. Después de su muerte, el criminal crucificado fue a vivir en el paraíso con el Señor. De la misma manera, habrá quienes vivirán eternamente en la presencia de Dios, y quienes sufrirán el tormento eterno, separados de Él por toda la eternidad.

Si ponemos nuestra fe en el Señor Jesús como Salvador, el castigo que merecemos por nuestro pecado es pagado, somos adoptados en la familia de Dios, y el cielo es nuestro hogar eterno. Pero si rechazamos al Señor Jesús, nos mantenemos alejados de Dios y bajo condenación por nuestro pecado, destinados a enfrentar la condenación eterna. Dios no prestará oídos a ninguna excusa, porque no hay ninguna defensa aceptable por la incredulidad (Hechos 4.12).

Únase a la familia de Dios, hoy mismo. Reconozca su pecaminosidad y declare su fe orando de la siguiente manera: “Señor, he pecado contra ti; he seguido mi propia voluntad, y he rehusado darte el derecho de gobernar mi vida (Romanos 3.10-12, 23). Reconozco que estoy separado de ti, y que no puedo salvarme a mí mismo. Creo que Jesucristo es tu Hijo. Acepto que su muerte en la cruz pagó toda mi deuda de pecado, y te pido que me perdones (1 Corintios 15. 3, 4; 1 Juan 1.9).

Por fe, recibo al Señor Jesús como mi Salvador personal en este momento”. Si usted hizo esta oración a Dios, entonces, al igual que el ladrón en la cruz, ha recibido la salvación, un regalo de la gracia de Dios.


¡Gracias al Señor Jesús, el derecho a entrar en el paraíso le pertenece ahora! (De Ministerios en Contacto)

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