Meditación 10.12
Lucas 6.46-49
“¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo? Todo
aquel que viene a mí, y oye mis palabras y las hace, os indicaré a quién es
semejante. Semejante es al hombre que al edificar una casa, cavó y ahondó
y puso el fundamento sobre la roca; y cuando vino una inundación, el río dio
con ímpetu contra aquella casa, pero no la pudo mover, porque estaba fundada
sobre la roca. Mas el que oyó y no hizo, semejante es al hombre que
edificó su casa sobre tierra, sin fundamento; contra la cual el río dio con
ímpetu, y luego cayó, y fue grande la ruina de aquella casa.”
La palabra
Señor no debe utilizarse casualmente. Cuando aparece en relación
con Jesucristo, se refiere al Dios que es soberano sobre la vida y toda la
creación. En griego, este título para Jesús es kurios —aquel que gobierna la vida de otros
para el bien de ellos.
Recuerdo la vez que, estando hospitalizado hace algunos años,
llegué a reconocer que estaba allí porque Cristo no era el Señor de mi vida. Si
alguien hubiera estado observando mi vida en ese tiempo, probablemente le
habría parecido que yo estaba sirviendo a Dios con todo mi ser. Pues, estaba
sobrecargado de proyectos y planes para la obra del reino. Pero ese era, en
realidad, el problema. Cuando Dios me dijo que me detuviera, que redujera la
velocidad, o que hiciera algo diferente a lo que ya había planeado, seguí adelante.
Postrado en esa cama del hospital, estuve el tiempo suficiente para que el
Señor me recordara que Él era el único que podía dirigir mi camino
(Jeremías 10.23).
Usamos la palabra Señor
en la conversación y en nuestras oraciones, pero después olvidamos su
significado cuando desafiamos su voluntad y su trabajo en nuestra vida. Nuestra
resistencia es, por lo general, sutil. Por ejemplo, un creyente puede poner
condiciones para obedecer, diciendo: “Haré lo que Dios me diga si . . .”, o
“Quiero hacer lo que es correcto, pero . . .”
La pregunta del Señor Jesús a sus discípulos en Lucas 6.46
debió haberse sentido como un puñal en el corazón: “¿Por
qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?” Si
hacemos una súplica al Señor, tenemos que estar listos para obedecerle sin
pretextos. Él es quien nos gobierna para nuestro bien.
(De Ministerios en
Contacto)
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