Meditación 3.10 |
Juan 17.1-3 “Estas cosas habló Jesús, y levantando los ojos al cielo, dijo: Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti; como le has dado potestad sobre toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le diste. Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado”
Los creyentes hacemos muchas cosas maravillosas en el nombre de Dios. Pero, a veces, la acción de servir se vuelve más importante en nuestra mente que el Maestro mismo. Oseas 6.6 deja en claro las prioridades del Señor: “Porque misericordia quiero, y no sacrificio, y conocimiento de Dios más que holocausto”. Él quiere nuestra atención más que cualquier ofrenda o buena obra.
Lamentablemente, muchos cristianos nunca van más allá de una buena obra de vez en cuando, o de una lectura ocasional de la Biblia. Ignoran la invitación oportuna del Espíritu Santo para que dediquen tiempo a la oración y al estudio de las Sagradas Escrituras, porque los consideran asuntos sumamente difíciles o porque no se ajustan a su estilo de vida. Además, tienden a adorar a Dios por deber. ¿Es ese su caso? Si es así, debería saber que, si bien, profundizar su relación con Dios requiere tiempo y compromiso, es también inmensamente gratificante.
Todos hemos sido creados para conocer a Dios. Él inculcó en nosotros una sed que no estará satisfecha hasta que le busquemos para tener comunión con Él y le expresemos nuestro amor. Pablo dijo: “A nada le concedo valor si lo comparo con el bien supremo de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por causa de Cristo lo he perdido todo, y todo lo considero basura a cambio de ganarlo a él” (Filipenses 3.8).
Fuimos creados para tener una relación estrecha y personal con el Señor, y también para darle gloria. Rendirle homenaje con nuestras ofrendas y buenas obras es una extensión natural de ese designio, sin embargo, nuestra responsabilidad principal es pasar tiempo con Él.
(De En Contacto)
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