miércoles, 14 de agosto de 2013

“La Promesa de una Segunda Oportunidad”


 Juan 8:1-11: “Y Jesús se fue al monte de los Olivos. Y por la mañana volvió al templo, y todo el pueblo vino a él; y él les enseñaba. Entonces los escribas y los fariseos le trajeron una mujer sorprendida en adulterio; y poniéndola en medio, le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio. Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices? Mas esto decían tentándole, para poder acusarle. Pero Jesús, inclinado hacia el suelo, escribía en tierra con el dedo. Y como insistieran en preguntarle, se enderezó y les dijo: El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella. E inclinándose de nuevo hacia el suelo, siguió escribiendo en tierra. Pero ellos, al oír esto, acusados por su conciencia, salían uno a uno, comenzando desde los más viejos hasta los postreros; y quedó solo Jesús, y la mujer que estaba en medio. Enderezándose Jesús, y no viendo a nadie sino a la mujer, le dijo: Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó? Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más.” )

 Nunca he conocido a una persona que no haya tenido un pasado. Nunca he hablado con nadie cuya vida no incluya un “ayer”, o una “semana pasada” o un “año pasado”. Y si alguien tiene un pasado, usted puede estar seguro de que esa persona ha cometido algunos errores.

 Si cada uno de nosotros tiene un pasado, ¿por qué, entonces, nos sentimos aislados, solos y avergonzados por lo que hicimos “en otro tiempo”? ¿Por qué permitimos que las sombras de lo que hicimos hace mucho oscurezcan nuestro presente?

 La respuesta es un asunto de perspectiva. Cuando vemos retrospectivamente nuestras vidas, por lo general vemos errores a través del lente de la culpa, el remordimiento o el temor a la condenación. Lo que una vez aceptamos como una conducta permisible, puede ahora escandalizarnos al darnos cuenta de la gravedad de esos actos.

 Pero ¿cómo nos percibe nuestro Padre celestial? ¿Está influenciado por los mismos lentes sucios por los que nos inclinamos a mirar? No. Él nos ve con claridad perfecta. Significa que nos ve completamente, pero no toma en cuenta la culpa y el remordimiento que tienden a distorsionar nuestras percepciones.

 Más que eso, nos ve con la gracia y el perdón perfectos que solamente Él puede dar. Aunque nuestros errores pueden herirlo, el Señor nos mira con amor.

Si usted ha enfrentado su pecado y ha aceptado el perdón de Jesucristo, entonces puede tener la seguridad de que ahora está viviendo una segunda oportunidad. Por el resto de sus días en este mundo, puede tener el gozo de saber que ha sido perdonado.

 (De Encontacto.org)

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