Meditación 19.4.18
Apocalipsis 21.1-8
“Vi un cielo y una tierra nuevos; el primer cielo y tierra pasaron, y el mar ya
no existía más. Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del
cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. Y oí una
gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y
él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos
como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá
muerte, ni llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron. Y el
que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y
me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas. Y me dijo:
Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que tuviere
sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida. El que venciere
heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo. Pero los
cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y
hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago
que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda”.
Cuando Cristo estuvo en la tierra, Juan escuchó de Él la
promesa de preparar un lugar para sus seguidores (Juan 14.3). Muchos años después,
al apóstol le fue dada una visión de ese lugar, y vio la Nueva Jerusalén
descender del cielo. El espectáculo estaba más allá de toda descripción humana,
pero él hizo su mejor esfuerzo para comunicar esta visión celestial en lenguaje
terrenal (Apoc. 21.9—22.5).
Juan vio el fulgor de la gloria de Dios irradiando desde
la estructura de la ciudad, cuyos cimientos brillaban con los colores
deslumbrantes de las piedras preciosas. Las puertas estaban hechas de perlas, y
las calles de oro. Esta ciudad, de unos 2.400 kilómetros de largo, en forma de
cubo, fue diseñada por el Señor como el lugar para que Él y la humanidad vivan
juntos por toda la eternidad. En los versículos 3 y 4 del capítulo 22, Juan
señala que “el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le
servirán, y verán su rostro”.
A pesar de que nos resulte difícil imaginar la estructura
física de la Nueva Jerusalén, sabemos y nos regocijamos por el hecho de que
ciertas cosas estarán ausentes de esta ciudad celestial; es decir, allí no
habrá dolor, lágrimas, llanto o muerte. El pecado y todas sus consecuencias
serán extirpados. Cada frustración, molestia y problema cesará. Nadie tendrá
discapacidades, y nuestros cuerpos jamás se cansarán o enfermarán.
Cuando las dificultades que usted enfrente se vuelvan
agobiantes, enfóquese en su glorioso futuro celestial. La única vez que usted
experimentará dolores y dificultades será en esta vida terrenal. Cuando camine
por las calles de la Nueva Jerusalén con el Salvador, todos los estragos
causados por el pecado habrán desaparecido, y su gozo será completo. (EnContacto.org).
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