Meditación 09.01.18
Lucas
15.11-19 “También dijo: Un hombre tenía 2 hijos; y el menor de ellos dijo a su
padre: dame la parte de los bienes que me corresponde; y les repartió los
bienes. No muchos días después, el hijo menor, se fue lejos a una provincia
apartada; y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente. Y cuando todo lo
hubo malgastado, vino gran hambre en aquella provincia, y comenzó a faltarle. Y
fue y se arrimó a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual le envió a
su hacienda para que apacentase cerdos. Y deseaba llenar su vientre de las
algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba. Y volviendo en sí, dijo:
!!Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí
perezco de hambre! Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado
contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como
a uno de tus jornaleros”.
La partida del hijo pródigo de su casa comenzó con un
deseo. Tal vez quería dejar atrás algunas de las
restricciones que acompañan el vivir bajo el techo de los padres. O quizás
quería más dinero para ir con sus amigos tras los placeres de la vida.
En cualquier caso, su deseo dio a luz el razonamiento engañoso que dice:
“Lo que quiero no le hace
daño a nadie. Me lo merezco”. Esta manera de pensar lo llevó a una
decisión —pedir prematuramente su herencia—, y a abandonar, tanto su hogar,
como a todo lo que le habían enseñado.
Un cristiano que se ha alejado de Dios sigue una senda
semejante a la del hijo pródigo. Todo comienza en
nuestra mente con un anhelo de algo distinto a lo que tenemos. Cuanto más
tiempo dejamos que se mantenga la idea, más fuerte nuestro deseo de tenerlo. Cuando
nos aferramos a un anhelo que está fuera de la voluntad de Dios, nos engañamos,
y encontramos la manera de justificar lo que queremos. Basaremos la
decisión en nuestro razonamiento pecaminoso, y nos alejaremos del Señor para
satisfacer nuestros sueños egoístas. Como el hijo pródigo, podremos disfrutar
de los placeres del mundo por un tiempo, pero al final nos encontraremos sin lo
que realmente necesitamos: amor incondicional, seguridad y propósito en
la vida.
Tenemos un enemigo que trata de desviar nuestra atención
de la voluntad del Señor, un mundo que pone a
los deseos por encima de Dios, y unas inclinaciones “carnales” que prefieren el
placer a la obediencia. Para
evitar engañarse, haga de la Biblia el fundamento de su vida, y ajuste su mente
y decisiones como debe ser (Romanos 12.2).
(De Encontacto)
No hay comentarios:
Publicar un comentario