Meditación 12.10.17
Efesios 4.26, 27 “Airaos, pero no
pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis lugar al diablo”.
Ayer aprendimos
cómo lidiar con el enojo constante en nuestra vida. Hoy descubriremos el
principio de Dios para evitar el resentimiento prolongado.
Es importante
entender que los creyentes podemos tener momentos de enojo y aun así seguir
estando bien con Dios. Pero la ira que se guarda por mucho tiempo es una
oportunidad para Satanás. Este planta con rapidez justificaciones en
nuestra mente: Esa persona merece que le grites. ¡No debes ser tratado de
esa manera! Dios te entiende. Al dar excusas a las personas para construir
una defensa que les permita albergar su ira, Satanás crea una muralla en sus
vidas. Son necios el hombre o la mujer que permiten que la ira se anide en
su corazón (Eclesiastés 7.9).
No debemos
poner ni un solo ladrillo para esa fortaleza del diablo. Más bien, los creyentes deben
responder a la provocación perdonando a los demás como Dios perdona. Su
misericordia es incondicional; no hay falta que Él no perdone. Los creyentes no
pueden estar delante de Dios si justifican el albergar ira por largo tiempo.
Por tanto, tenemos que dejarla ir por medio del perdón.
Podemos
protegernos más aún si identificamos lo que nos irrita con frecuencia. Cuando
esas situaciones (o personas) surjan, debemos pedirle a Dios que nos haga
prontos para oír, tardos para hablar, tardos para la ira (Santiago 1.19). Ese es el fruto espiritual del dominio propio en acción.
La ira solo
produce malas relaciones y mal testimonio. El creyente sabio hace dos cosas para
enfrentarla. 1. Sigue las numerosas amonestaciones que hay en la Biblia acerca
de este peligroso sentimiento, y se mantiene alerta. Y, 2. Renuncia a su ira en
favor del perdón.
(Encontacto.org)
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