Meditación 20/09/16
Mateo 6.25-30 "Por tanto les digo: No se afanen por su vida,
qué han de comer o qué han de beber; ni por su cuerpo, qué han de vestir. ¿No
es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Miren las aves del cielo, que no siembran, ni
siegan, ni recogen en graneros; y su Padre celestial las alimenta. ¿No valen
mucho más que ellas? ¿Y quién de ustedes podrá, por mucho que se afane,
añadir a su estatura un codo? Y por el vestido, ¿por qué se afanan? Consideren
los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan; pero les digo, que
ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos. Y si
la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste
así, ¿no hará mucho más a ustedes, hombres de poca fe?".
La ansiedad es un ladrón.
La combinación de temor e incertidumbre priva a muchos creyentes de la paz que
el Padre celestial desea darles (Juan 14.27). Pero la ansiedad no se ajusta a lo
que somos en Jesucristo. Al poner nuestra fe en Él, hemos colocado nuestra vida
en las manos de un Dios soberano que quiere lo mejor para sus hijos. ¿Qué
podemos temer cuando confiamos en Él?
Creer en el Señor no
significa que jamás experimentaremos incertidumbre. Lo que debe significar es
que optamos por dejar de lado la ansiedad, y confiar en que Él se ocupará de
nuestras necesidades en su momento y a su manera. Cuando no lo hacemos,
el temor y la duda pueden afianzarse en nuestro pensamiento y convertirse en
una muralla. Entonces Satanás penetrará y utilizará todos los recursos
para volvernos aprensivos. Esa es la ansiedad pecaminosa —un sentimiento
de temor que aplasta nuestra fe.
La fe puede ser sitiada y
derribada cuando su base está debilitada por la incredulidad. No quiero
decir que un creyente angustiado no sea realmente un cristiano. Sin
embargo, cuando dice: “Sé que Dios tiene el poder de encargarse de los
problemas de mi vida, pero no estoy seguro de que querrá hacerlo”, los creyentes
inseguros pueden buscar la manera de solucionar el problema por sí mismos en
vez de esperar pacientemente en el Señor por su ayuda.
El Señor ve el principio y
el final de cada situación que enfrentamos. Él conoce el origen de nuestra
ansiedad, la mejor manera de aquietar nuestro corazón y cómo convertir
nuestro llanto en alegría. Él hará todo esto sin apartarse de nuestro
lado, porque nos ama profundamente y desea bendecirnos en abundancia. (De Encontacto.org)
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