Meditación 12/9/16
Santiago 1.19-20 "Por esto, mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír,
tardo para hablar, tardo para airarse; porque la ira del hombre no obra la
justicia de Dios".
La ira puede romper la comunicación y
destruir amistades. Si es
reprimida, este sentimiento se convierte en resentimiento, lo cual daña la
mente y la conducta. Si no es controlada, la ira puede manifestarse con una
expresión de rabia que hiere no solo a quien es dirigida, sino también a otros.
Aunque podamos pensar en muchas razones para
justificar nuestra ira, el único criterio que importa es el del Señor. El libro de Proverbios ofrece una
perspectiva clara de cómo ve el Señor a la persona airada. Él dice que actúa
locamente (Proverbios 14.17), promueve contiendas (Proverbios 15.18) y comete pecado (Proverbios 29.22). También nos alerta en cuanto a no asociarnos con tales personas (Proverbios 22.24). En cambio, quienes son lentos para la
ira son grandes de entendimiento (Proverbios 14.29) y demuestran sabiduría (Proverbios 29.8, 11). Alejarse de la contienda es también
honroso para la persona (Proverbios 20.3).
En el Nuevo Testamento, el apóstol
Santiago compara a la lengua con una pequeña chispa que puede incendiar a todo
un bosque (Santiago 3.5-6). Él sabía el daño que puede hacer una
persona airada. También escribió que nuestra ira no produce la vida de
santidad que Dios desea para nosotros, ni tampoco corresponde con lo que
somos en Cristo. Jesús pagó nuestra deuda por el pecado con su vida para
liberarnos de nuestra conducta pecaminosa.
Las pocas veces que Jesús se airó estuvieron
acorde con los propósitos de Dios. Pero, en nosotros, el sentimiento de ira se origina por lo general
como una autodefensa o por los deseos frustrados. Si Dios le ha declarado
culpable de tener una ira pecaminosa, arrepiéntase de su pecado y permita
que el Espíritu Santo reproduzca en usted el carácter de Cristo. (De Encontacto.org)
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